Opinión | El prisma

¿Por qué pelean PP y Vox? / Socios, rivales y enemigos

El PP es un partido de Gobierno y, aunque su papel en Cataluña sea testimonial, va a hacer todo lo posible para ganar a Vox en particular cruzada para convertir al partido de Abascal en un remedo de Ciudadanos, con un mismo destino

Churchill distinguía muy bien entre enemigos y adversarios políticos. Un día, siendo primer ministro, preguntó a su secretario retóricamente qué decían sus enemigos. El asistente le pasó rápidamente un resumen de prensa con las declaraciones de los laboristas, pero Sir Winston lo sacó de su error: «Le he preguntado por nuestros enemigos, los de nuestro partido; estos son solo adversarios». La anécdota era en realidad una categoría porque, en efecto, nada concita más odio y miedo en un político que los colegas que pueden arrebatarle un día el puesto. Con los que están enfrente en los parlamentos y asambleas no corre ese riesgo.

Pues bien, algo parecido ocurre con los partidos que batallan por un mismo electorado potencial, cuyo favor tratan de ganarse a costa de la formación que compite por esa misma bolsa de votos. El Partido Popular y Vox están exactamente en esa posición, luchando a brazo partido por un electorado que se dividió bajo dos siglas, como antes ocurrió en la izquierda con el PSOE y la cosa podemita.

En el PP tienen el viento a favor, porque la autovoladura de Ciudadanos ha hecho retornar a los votantes que cambiaron a Rajoy por Rivera y, aunque Vox no parece llamado a ser otro fenómeno pasajero, lo cierto es que la fortaleza de los populares sigue creciendo a costa de la formación conservadora, que parece haber alcanzado su techo electoral. Pero la constatación de que el liderazgo de la derecha española sigue estando en manos de los populares no modera su deseo de fagocitar al partido de Abascal, al que consideran un advenedizo que ha venido a robarles lo que era suyo, o sea, el voto de todos los liberales y conservadores de España, sin excepción.

La inercia de los movimientos políticos corre también a favor del PP. Tras la atomización del voto como consecuencia de la recesión económica de 2008, parece que vuelve la normalidad a las democracias avanzadas, cuyos votantes parecen haberse cansado de probar con experimentos que, en última instancia, venían a renovar la política y, en realidad, la hicieron todavía más sucia. Nada más civilizado en materia política que una democracia con dos grandes partidos, liberal y socialdemócrata, turnándose en el poder, y pequeñas formaciones aledañas para contentar a los irredentos, que también tienen derecho a estar representados en la escena pública. Ese parece ser el camino también de España, aunque aquí las traiciones de los partidos históricos a sus votantes han sido tan graves y repetidas, que el fenómeno de los nuevos partidos todavía sigue teniendo una fuerza estimable.

En esa clave hay que entender la cruenta batalla en la que están embarcados PP y Vox, aunque compartan gobierno en algunas autonomías y no pocos ayuntamientos. Esa circunstancia, de hecho, los deja muy mal a todos cuando se produce un rifirrafe importante entre los dirigentes nacionales y se tiran los trastos a la cabeza.

Las campañas electorales agudizan estos afanes de distanciación con el socio natural, como estamos viendo en Cataluña. En esa comunidad autónoma se da la circunstancia de que Vox puede imponerse a los populares en número de votos y escaños, algo que no ocurre en ningún otro territorio. Por eso le proponen a Núñez Feijóo, no sin sarcasmo, que mejor no haberse presentado en Lérida y Gerona, donde los conservadores están más fuertes según las encuestas. Va a ser que no, claro. El PP es un partido de Gobierno y, aunque su papel en Cataluña sea testimonial, va a hacer todo lo posible para ganar a Vox en particular cruzada para convertir al partido de Abascal en un remedo de Ciudadanos, con un mismo destino.

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