Opinión | El retrovisor

Madres, flores y conjuros

Las campanas de la torre de la catedral restauradas, años sesenta.

Las campanas de la torre de la catedral restauradas, años sesenta. / Archivo TLM

El cuerpo pide calle y jardín. Las jacarandas, una vez más, pintan de azul cuando las cruces se visten de flores y los Massotti decoran con el blanco de azucenas y celindos el Arco de la Aurora (Mi recuerdo a Adrián y a Nacho, allá dónde estén). La primavera se hace sentir con sus cambios caprichosos en lloviznas, ventoleras y soles. La ropa de entretiempo, por poco tiempo, se impone; es hora de decir adiós a medias y abrigos. Ellas muestran sus hombros, escotes y piernas para regocijo de ellos, mientras las terrazas de la ciudad se ven colmadas entre gitanillas y geranios en flor. Los adolescentes muestran sin rubor el despertar a la vida en forma de acné. Las iglesias se convierten en escenario de ceremonias entrañables que perdurarán en la memoria: primeras comuniones, ofrendas a María y bodas. El mes de las flores es el no va más. Mayo es el colmo del buen tiempo y por ello se nos antoja más largo. Todo tiene un dulce sabor en este clima, heraldo del verano, sin sus calores.

El aire libre de mayo es franco y leal: no guarda las dagas de catarros desprevenidos, cuando los estudiantes liquidan sus últimos piropos antes de coger los libros de forma seria y responsable.

Los balcones se abren de par en par y los sonidos urbanos penetran en los hogares, el piar de los pájaros se ve interrumpido por el tañido de las campanas y sus conjuros.

Los tres toques de los conjuros tuvieron su inicio el día 3 de mayo de 1741 –refieren las crónicas. Por este motivo, la pequeña capilla que se construyó a la terminación del primer cuerpo de nuestra torre catedral, frente a la escalera de caracol, fue consagrada a la Fiesta de la Santísima Cruz, celebrándose en dicho lugar una procesión el 14 de septiembre, mes en el que finalizan los conjuros. En esa pequeña capilla, en la que figura el sacrosanto emblema de la redención, debió existir un libro sobre el altar: Exorcimus contra inmtra inminentem tempestatem fulgurunet gradinis, con notas muy curiosas que fue realizado por el fabriquero don Antonio Prieto, racionero que fue de la Santa Iglesia Catedral en 1798.

La primera campana de los conjuros —la Nona— llamada «de los moros», fue realizada en 1383, en tono de sí bemol, se fracturó el 15 de septiembre de 1889, siendo refundida por el maestro Senac, en el edificio que ocupara antaño el manicomio, un 4 de enero de 1890.

Mayo se convierte en recuerdo imborrable en la vida de la mayoría: ¿quién no recuerda el día de su primera comunión?. Comuniones de ayer y de hoy, fecha señalada por los nervios ante la ceremonia por llegar. En la vida del comulgante quedará marcado en el almanaque de la memoria. La elección del traje blanco; rostros queridos que se fueron para siempre, recordatorios impresos, que quedarán guardados en un cajón y que volverán a recobrar vida en forma de recuerdo entrañable en el transcurso de los años, ¿quién no ha experimentado esa sensación familiar, personal y amorosa al descubrir el pequeño papel de aquella feliz jornada? El mero hecho de observarlo nos remite a otro tiempo, a volver a ver los rostros de orgullo y felicidad de los padres ya idos. Orgullo de ver a los hijos crecer, de recibir a Jesús Sacramentado y la felicidad inmensa de las madres ante su retoño en un día tan importante para su vida.

Buen motivo para recordar que hoy es el ‘Día de la Madre’, esa mujer que nos dio la vida, la que nunca se olvida, la que siempre se lleva dentro a pesar de los desmanes del tiempo. Su amor, sus desvelos, sus preocupaciones, sus cuidados, sus besos, sus abrazos, quedaron guardados en los corazones de los buenos hijos mientras la vida sea vida y más allá de la muerte. Así es mayo, el mes de María, de las flores y de las madres.

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