Opinión | El blog del funcionario

A pesar de todo, te quiero, pijo

Juan Carlos Caval

Juan Carlos Caval

Lo reconozco, es lo que tiene sentirse murciano por los tres costados, y mediterráneo por el cuarto, que a pesar de que seamos una ciudad llena de contaminación y atascos, y de quemas agrícolas que nos hacen que respiremos veneno, cuando estoy fuera, te echo de menos.

A pesar de que seamos una Región que jamás supo caminar sola, que cuando no nos tutela un tal Rivera lo hace Abascal, o Feijóo y que tenemos un nivel político entre insignificante y patético, reconozco que me siento feliz cuando recorro sus paisajes por el noroeste murciano, desde su Cueva del Puerto, en Calasparra, a su Estrecho de Bolvonegro, en Moratalla, donde la magia se abre hueco entre rocas, o cuando necesito, como el comer, de vez en cuando, meterme en vena un paseo por Cañaverosa.

Me jode que cada vez que salgo se cachondeen de como pronunciamos y, a veces, maltratamos el castellano los murcianos. Me fastidia, y mucho, que salga Cáritas y me eche en cara que un tercio de mis vecinos y paisanos estén en riesgo de exclusión social, por no hablar cuando alguien nos pregunta por qué en ‘la mejor tierra del mundo’ somos líderes en casas de apuestas y fracaso escolar. Y a pesar de todo, cuando visito Archena y uno de los rincones más bonitos del Mediterráneo (y el mejor Balneario de España), o el Valle de Ricote, me siento el tipo más afortunado del mundo.

Cuando paseo por Blanca y me asomo a ver el museo de Pedro Cano, o cuando respiro historia por Ojós entre lavaderos y macetas, cuando recorro las norias y el embrujo de Abarán, o mi amigo José Antonio me vuelve a hablar de la Cueva de la Serreta tomando un desayuno en Las Delicias en Cieza, donde Joaquín sigue reinventando cada día su negocio, se me olvida que un reciente estudio, presentado en el Consejo Económico y Social, nos sitúa delante de nuestra triste realidad: tenemos un problema serio de obesidad, el tabaquismo sigue invadiendo nuestros pulmones y lo que es peor, conquistando a nuestros jóvenes, y el alcohol lo hemos normalizado de tal manera que hasta hay ayuntamientos que permiten, aun sabiendo que es ilegal, que miles de sus niños y niñas accedan en sus fiestas a carpas y refugios donde el alcohol se respira como si fuera algo natural.

A pesar de que hasta Melilla nos ha ganado en productividad y ya rozamos ser la Región con menos productividad de España; de tener un aeropuerto semivacío, donde saltamos de alegría al conocer que tenemos una conexión (tarde y mal) con Madrid y Barcelona como un éxito, cuando en realidad estamos pagando con nuestros impuestos una inyección de varios millones de euros a esos aviones que nos llevan a esas capitales, me sigue gustando, y mucho, acercarme a Jumilla a recorrer sus arterias y viñedos, o sentir una Yecla que aún sigue siendo la gran desconocida para su propia Región.

A pesar de que algunos políticos llevan viviendo su corta o larga vida de lo público, sin haber demostrado absolutamente nada en su carrera profesional, de no conocer otro modo de transporte que no sea el coche oficial, de tener una parte del tejido empresarial lleno de dudas y sombras, haciendo daño, mucho daño, a esos empresarios que se juegan algo más que su dinero por seguir levantando sus negocios, incluso a pesar de que acabamos de conocer como en Lorca se apresuran a legalizar macrogranjas a las puertas de nuestras casas, anteponiendo el interés personal y partidista al más importante de todos los derechos, el de la salud, me gusta acercarme a las playas más bonitas del Mediterráneo, esas que bañan Águilas y su entorno, o sentir la Semana Santa más original y espectacular del Mediterráneo, esa en la que la pasión y las emociones deciden abandonar nuestras venas y arterias y revolucionar las lágrimas a través de sus miradas y sus poros abiertos.

A pesar de que sigamos sin trenes, de que algún senador siga empeñado en avergonzarnos cada semana en la Cámara Alta a todos los murcianos con sus insultos vacíos y tramposos, a pesar de que el Mar Menor siga en la UCI mientras la mitad de sus vecinos hayan comprado la mentira de que cada vez que tiramos de la cadena del wáter lo matamos un poco más, reconozco que necesito sentarme frente a su mar, y es que tomarme un asiático frente a Isla Plana una mañana de primavera, como dice el anuncio, no tiene precio.

A pesar de ser los últimos de la fila, de que el AVE siga tardando horas en llevarnos a Chamartín, de ver como un desfile como es el Entierro de la Sardina sigue afianzándose como una fiesta llena de prejuicios y machismo, de despilfarro y plásticos, donde la brecha entre clases sociales no se mezclan, como mandan las grandes fiestas, sino al contrario, se ponen de manifiesto entre pitos y borracheras, a pesar de todo, te quiero, pijo.

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