Opinión | De vuelta

Hispanoamérica, una lejanía sólo de distancia

No importan las soberanías nacionales, que son irreversibles. Importa la comunidad del idioma y el sentimiento. Un sentimiento que hay que renovar, sin paternalismos ni rencores insuflados por otros

La leyenda negra, que tanto ha alimentado el complejo español de culpabilidad histórica, ha encontrado por fin el comienzo de su destrucción. Ojalá que lo que ha comenzado con dos películas documentales, España, La primera globalización y Canto de vida y esperanza, pueda continuar adelante, ganando conciencias. O, mejor, conquistando conciencias. No hay América Latina. Hay América Hispana o Hispanoamérica. Y así ha debido de ser siempre. Hoy, España no tiene territorio alguno de soberanía en el nuevo continente. No tiene soberanía, pero sí tiene un lugar en muchos corazones de ese vasto territorio que va desde la Baja California hasta el final del cono sur, frente a la Antártida. Es urgente corresponder a ese cariño vivo. 

La película documental Canto de vida y esperanza es una bella película que devuelve la dignidad a España, y su personalidad a toda la tierra hispana. Ningún español lo es en integridad hasta que no pisa y respira aquella tierra. Este cronista se considera hispano, español y murciano en ese mismo y estricto orden. No importan las soberanías nacionales, que son irreversibles. Importa la comunidad del idioma y el sentimiento. Un sentimiento que hay que renovar, sin paternalismos ni rencores insuflados por otros. Y esa restitución debe empezar por conocer las fechorías que el Imperio Inglés perpetró en las mentes hispanas de ambos hemisferios. ¿Sabe que Vancouver, la isla y ciudad en el borde de Alaska y Estados Unidos debería llamarse Quadra y Vancouver? Así lo acordaron los almirantes Quadra, español, y Voncouver, inglés, cuando a afínales del XVIII acordaron hacer las paces en la bahía de Nutka, allá tan lejos. Como en tantas y tantas ocasiones, los ingleses rompieron pactos y borraron la toponimia española pactada. Con todo, allá quedan las ciudades de Córdova y Valdez. Un apunte más, las Islas Malvinas fueron españolas, y robadas, cómo no, por los ingleses.

En los virreinatos, los indígenas (¡qué candidez entrañable, ver y oír que los nativos de Nuevo México dicen indígeno para el singular masculino e indígenos para el plural!); los indígenas, decía, eran atendidos en sus treinta idiomas propios, desde el río Bravo/Grande hasta Ushuaia. Los presuntos libertadores, herederos de la idea colonial inglesa, impusieron el español a la fuerza, sangre incluida. Muchos ‘indígenos’ formaron parte de los ejércitos realistas cuando las guerras de separación de España. Unas guerras que ganaron los ingleses, sin una baja, y con un botín extraordinario: el que San Martín iba regalando a Su Majestad Británica, por todos los territorios, por donde pasaba. Nuevo Atila para las haciendas peruanas, rioplatenses y otras. Esos tesoros iban a ser usados en bien de aquellas tierras. Los masones de obediencia británica que fueron todos los libertadores no vieron males mayores en aquel saqueo. Las repúblicas de toda América del Sur nacieron pobres, enfrentadas y dependientes de los ingleses. Ingleses que achacaron todas las culpas de esa pobreza al Imperio español, genocida y avariento.

Hora es ya de cambiar eso, empezando por combatir la ignorancia, cuando no mala idea de partida, dentro de la propia España. Comience por ir a ver la película documental que digo. Saldrá del cine con la cabeza bien alta: Cantos de vida y esperanza.

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