Opinión | Pasado a limpio

El que lucha con Dios

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu.

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. / EFE/ Jim Hollander

Se han cumplido ya seis meses desde el abominable ataque terrorista de Hamás, aunque los medios no hablan de los cerca de mil muertos palestinos entre 2021 y 2023 antes del 7 de octubre. Muertes a manos de las fuerzas israelíes o de los colonos de los territorios ilegalmente ocupados, que no podemos soslayar por menos que el atentado de Hamás sea injustificable. El gobierno israelí declaró abiertamente la guerra amparándose en un supuesto derecho de defensa, pero siendo potencia ocupante, no cabe otra acción más que la persecución policial y judicial del delito para la identificación de sus responsables y su encausamiento criminal. Nada de eso hay, salvo la declaración de Netanyahu, que dice haber eliminado a 13.000 terroristas de Hamás. Sin identificación judicial, ni juicio, ni condena. Pero no adelantemos conclusiones, porque Netanyahu no es un genocida.

Israel es el nombre que Dios le da a Jacob después de la lucha que este mantiene durante toda una noche con un ángel. El que lucha con Dios, es la etimología más extendida. Sea con él o contra él, la historia de Israel es una sucesión continua de luchas en las que no siempre es la víctima. Es también una lucha de superación de la adversidad y, muchas veces, de la tragedia más horrible. Por ello, sobre todo después de la II Guerra Mundial, el pueblo judío goza de la querencia de Occidente. Pero esa no es la razón que nos lleva a decir que Netanyahu no es un genocida.

Sin contar las víctimas palestinas anteriores, las estimaciones más parcas superan las 33.000. De ellas, más de un tercio son niños, lo que nos lleva a cuestionar la anterior afirmación de Netanyahu, o al menos la efectividad de las sumarias ejecuciones militares. Parece que los muertos que no son terroristas, son niños en su inmensa mayoría. Desde el punto de vista de la efectividad militar, parece una catástrofe que el gobierno israelí ni siquiera lamenta. Pero Netanyahu no es un genocida.

Más que en ningún otro conflicto bélico, el número de funcionarios de la ONU, de cooperantes de organizaciones humanitarias y de sanitarios muertos por los ataques israelíes es un desastre humanitario de proporciones inefables. Las muertes de los miembros de Word Central Kitchen, del chef José Andrés, han sido un punto de inflexión en el conflicto, pero no cuantitativa ni cualitativamente, sino porque es una ONG conocida y respetada en Occidente y nada sospechosa de albergar a terroristas de Hamás. Aun así, Netanyahu no es un genocida.

Los ataques israelíes contra objetivos militares fuera de las fronteras del Estado serían considerados casus belli en cualquier otro conflicto, pero apenas ha merecido reproche alguno por parte de los aliados occidentales de Israel. Ni siquiera el ataque a la embajada iraní en Damasco ha merecido la reprobación de la comunidad internacional, pues las legaciones diplomáticas son suelo sagrado, excepto para el ayatolá Jomeini, el presidente de Ecuador, Daniel Noboa, y Netanyahu, que están excluidos de esa regla por derecho divino. Así que podemos decir que Netanyahu no es un genocida.

El ejército israelí entró en Gaza a sangre y fuego después de cortar los suministros básicos: luz, agua y alimentos. No permitió observadores, ni acreditó a ningún medio de difusión, de manera que no hay más pruebas de la barbarie que los escombros y la palabra de unos generales que califican de bestias a los palestinos. Israel proporciona imágenes de los subterráneos y nos creemos a pies juntillas que eran zulos para almacenar armas, aunque cabrían otras explicaciones, pero nadie ha podido verificarlo; no sabemos nada, salvo que Netanyahu no es un genocida.

No tengo recuerdo de ninguna guerra en la que se haya bombardeado tan deliberadamente hospitales y centros médicos. Pero no hemos de creer a los sanitarios de todas las nacionalidades que prestaban servicio en ellos, sino al primer ministro israelí cuando dice que eran utilizados por los terroristas como escudos humanos, porque Netanyahu no es un genocida.

Sudáfrica acusa a Netanyahu ante el Tribunal de Derechos Humanos, y el secretario general de la ONU, después de la muerte de cientos de sus funcionarios, reclama el cese de las hostilidades y denuncia la indolencia e inoperancia de su Consejo de Seguridad. Pero, ¿quiénes son los acusadores? Antisemitas y partidarios de Hamás, una organización en cuya fundación Israel tuvo un papel fundamental. Pero Netanyahu es un aliado, y es de los buenos (Almeida dixit), no es un genocida.

Este artículo no está inspirado en el parlamento de Marco Antonio en el Julio César de William Shakespeare, cuando, ante el cadáver de César, no culpaba a Bruto de la muerte de César, porque Bruto era un hombre honrado. ¡Y hasta ahí podíamos llegar! Porque Netanyahu no será un genocida, pero ¿honrado?, eso sí que no, Netanyahu no es ni será jamás un hombre honrado.

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