Opinión | Las fuerzas del mal

Yeguas exhaustas

No nos damos cuenta de la violencia, yo el primero, con Carmen Calvo, que ejercemos en las mujeres políticas que resisten hasta la desesperación

Mónica Oltra.

Mónica Oltra. / L.O.

Esta vez tengo que admitir que erré. Yo fui uno de los que pidió la dimisión de Mónica Oltra, pero no porque creyera que había una clara connivencia con su exmarido en el encubrimiento del abuso por el que ya fue condenado, ni tampoco porque pensara que había actuado de manera dolosa para desacreditar a la víctima de su marido. Tenía claro que la relación de Oltra podría incluir piedad, la que se tiene en la Iglesia con el pecador, pero no benevolencia. Creí que pudo haber alguna responsabilidad en algún lindero del feo asunto de su exmarido. Lo determinante, en mi caso, fue el aval de la Fiscalía, de una fiscal de reconocida solvencia, que decía que debía ser imputada y que el quid de todo estaría en los correos del equipo de Oltra con Oltra. Que yo estoy seguro de que si a Oltra, antes de imputarla, le hubieran preguntado, habría ofrecido la totalidad de sus servidores de correo para ser examinados, y no esperar una eternidad a que la Policía elaborara un informe.

La penúltima imagen pública de Oltra de la que conservo memoria es la de una fiesta de Compromís en su honor, en aquel momento, con aquel ridículo gorro de fiesta, no me pareció la imagen más edificante, y mientras le daba la vuelta al colacao de este artículo he asistido a la presentación en Futuro Imperfecto, en Lorca, de Yeguas exhaustas de Bibiana Collado Cabrera. Si lo que contaba es la mitad de bueno de lo que hay en el libro, les aconsejo que lo compren sin dudar. Yo me he comprado dos. Y lo que contaba Bibiana de como la diferencia de clase y de género se manifiesta más en cómo se enuncian las preguntas que lo que puedas poseer, lo difícil que resulta a algunos lectores varones empatizar con la narración de la sangre menstrual, pero no con la sangre derramada con el asesino de una novela, la seguridad con la que unas personas pasean por los sitios mientras otras temen romper la vajilla o el protocolo, me hizo ver que Oltra, que entre otras muchas cosas de su biografía, hija natural de una familia de emigrantes, cosa que uso Cotino para insultarla, es una de esas yeguas exhaustas y que en ese momento de epifanía sí resonó la última imagen que tenía de ella, su comparecencia de renuncia. «Me cuesta esta decisión porque ganan los malos» dijo, o más bien, relinchó cansada.

No nos damos cuenta de la violencia, yo el primero con Carmen Calvo, que ejercemos en las mujeres políticas que resisten hasta la desesperación,como Irene Montero, que son ninguneadas, como María Patricia Fernández, alcaldesa de Archena (que tuvo que ver como López Miras hacía añicos un pacto firmado ante notario), que renuncian por hartazgo, como Ángela Gaona, alcaldesa de San Pedro del Pinatar, que son vilipendiadas por su propia profesión, como la jueza Victoria Rosell, la cual todavía tienen que pedir que, por favor, metan en la cárcel a quien estaba condenado por sentencia firme por ese daño a su reputación. 

O que, como Rita Barberá, mueren en un hotel abandonadas por los suyos y luego elevadas a los altares por quienes, en vida, las negaron tres veces.

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