Limón&Vinagre

Michelle O’Neill, una rubia abuela católica manda en Stormont

O’Neill llega al Parlamento el pasado día 3, cuando fue investida primera ministra

O’Neill llega al Parlamento el pasado día 3, cuando fue investida primera ministra / Paul Faith / AFP

Josep Maria Fonalleras

Hay una ocurrencia que se explica en Irlanda del Norte para entender el significado del Ejecutivo Autónomo, nacido de los pactos históricos de aquel histórico Viernes Santo de 1998, cuando se firmaron los acuerdos que permitían empezar a dibujar un punto y final en el conflicto entre católicos y protestantes, más de 30 años de luchas, atentados y represión, vileza y suciedad moral, con más de 3500 muertos. Dicen que el First Minister (que podríamos traducir como ministro principal) no puede enviar ni una triste carta si no la firma conjuntamente con el Deputy First Minister (el viceministro principal). Es decir, el Gobierno del Ulster (el de los seis condados que forman parte de Gran Bretaña) es, sobre todo, un organismo prácticamente paritario que responde más a las necesidades de equilibrio histórico que a las circunstancias electorales del momento. Sin embargo, la figura del First Minister arrastra una cierta carga simbólica que no se puede despreciar.

Republicana y católica

Hasta ahora, todos los líderes del Ejecutivo habían sido unionistas. Por primera vez, la semana pasada, el parlamento de Stormont nombró a una mujer republicana, católica, por supuesto, y vicepresidenta del Sinn Féin, como First Minister. Un nombramiento solo simbólico, si se quiere ver así, es decir, sin la carga política que tendría en otros lugares, pero justamente y sobre todo simbólico, es decir, que ejemplifica un cambio radical en el panorama reciente de Irlanda del Norte. Como dijo la presidenta del Sinn Féin, Mary Lou McDonald, «en términos históricos, ahora tenemos la unificación de Irlanda al alcance de la mano, muy cerca». Quizá no sea tan evidente, porque, entre otras cosas, una parte destacada de los irlandeses no ven clara la incorporación del norte de Irlanda a la república (más que nada por cuestiones económicas) y solo un 30% de los norirlandeses dirían que sí en un referéndum que, por otra parte, un 59% de la población estaría dispuesto a promover. En cualquier caso, que un miembro del Sinn Féin mande en Stormont es un acontecimiento singular, inaudito.

No he hablado todavía de Michelle O’Neill. Hay detalles, en su biografía y en sus actuaciones recientes, que pueden ayudar a explicar por qué ahora es Ministra Principal. En 2010, siendo alcaldesa de Dungannon, en el condado de Tyrone donde se crio, presidió un homenaje a Martin McCaughey, exconcejal del pueblo y militante del IRA abatido por los militares. Era un amigo de su familia. El padre de Michelle, Brendan Doris (alias Basil), también fue del IRA y estuvo encarcelado. Dos primos suyos murieron a manos de los británicos. En 2022, en una entrevista en la BBC, afirmó que no creía que ningún irlandés despertara pensando que el conflicto era una buena idea, «pero la guerra vino». Y añadió: «Pienso que en ese momento no había alternativa a la lucha armada; por suerte, después de los acuerdos del Viernes Santo, sí la hay». 

O’Neill entró en el Sinn Féin justo después de ese pacto memorable. Tenía 21 años y ya era madre (soltera) desde los 16, una circunstancia que la marcó y por la que sufrió acoso (no olvidemos el trasfondo católico conservador irlandés) en el St. Patrick’s Girls Academy. Con la ayuda de la familia, continuó con los estudios y comenzó, de la mano de su padre, una carrera política que culminó como sucesora de Martin McGuinness, uno de los históricos militantes del IRA. Ahora, a sus 47 años, ya es abuela. «Ser madre tan pronto me hizo ser una mujer más fuerte», ha dicho.

El otro detalle es que un mes después de haber justificado la existencia del Ejército Republicano, asistió a los funerales de Isabel II y a la entronización de Carlos III. Lo justificó así: «Estamos viviendo tiempos cambiantes». Más aún. En la toma de posesión como First Minister se ha comprometido a colaborar «con los colegas del unionismo británico» y ha hablado de Irlanda del Norte y no del norte de Irlanda, casi un sacrilegio para los viejos republicanos.

O’Neill ha sido atacada por su aspecto pulcro («me critican porque llevo las cejas perfiladas») y por su apariencia de señora arreglada: «Siempre lleva el pelo perfecto y el maquillaje adecuado», dijo su rival protestante. «¿Cómo la definiría como persona? Es rubia». Ha hecho frente a un alud de misoginia. Derogó la ley que prohibía que los homosexuales donaran sangre, ha trabajado a favor del derecho al aborto y ha luchado por una sanidad más justa. Se levanta cada día a las seis y asiste a clases de gimnasia. Nunca ha pertenecido al IRA. 

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