La Hoguera

La cultura de la cancelación contra Ituño

Estamos obligando a los artistas a callar sus opiniones si estas quedan fuera de las correcciones políticas, que no son una, sino muchas; con lo que, lejos de dirigirnos a una sociedad más ética, nos encaminamos a una hipocresía encorsetada

Itziar Ituño ( en el centro), actriz de 'La casa de papel', en una manifestación a favor de los derechos de los presos de ETA

Itziar Ituño ( en el centro), actriz de 'La casa de papel', en una manifestación a favor de los derechos de los presos de ETA / Javier Zorrilla / EFE

Juan Soto Ivars

Me pregunta un amigo guionista si lo de Itziar Ituño me parece «cultura de la cancelación», o qué. Este tío y yo hablamos mucho del tema. A él le asusta y a mí me fascina. En su sector, la cancelación se vive como una amenaza, mientras que en el mío se puede observar y comentar con interés antropológico. Nos conocimos después de que él me pidiera consejo cuando una opinión suya empezó a desatar comentarios injuriosos sobre su grado de feminismo, lo típico. La cosa no fue a más: una tormenta tuitera de verano. Pero él se quedó tocado y ahora me manda casos que sí llegan a más, y los comentamos. 

Hablo de guiones censurados, películas que no reciben subvención por cuestiones de corrección política o cuotas, de personajes apestados en su profesión y premios dados por razón política. Él ve la cultura de la cancelación como una cacería; yo, como el hecho que define nuestro momento social, caracterizado por la intransigencia frívola, la pose moralista y el bienquedismo. Somos esclavos de quien nos consume. La cultura de la cancelación es la consecuencia directa de convertirnos en «marca personal». Humanos con problemas de reputación típicos de un departamento de relaciones públicas, subidas y bajadas en la bolsa, prestigio volátil, incluso quiebras. Todo esto aplicado al arte y las personas. Que la izquierda haya empezado con el tema es mi razón para no votar.

Así, ¿qué otra cosa que cultura de la cancelación es lo de Itziar Ituño? La actriz, conocida por La casa de papel, tiene ideas políticas radicales. Va a manifestaciones por el acercamiento de los presos de ETA y le han sacado un vídeo de 2012 en el que manda su cariño a su amigo Txus, terrorista preso por matar a un ertzaina. Vamos, que la actriz es abertzale y hasta proetarra, yo qué sé. El caso es que por significarse paga ahora, de pronto, un precio económico y profesional muy alto. Ya ha perdido campañas de publicidad con BMW e Iberia y habrá que ver si la cosa se queda ahí o sus acciones siguen desplomándose hasta arrastrar al fango toda su carrera actoral. Estas cosas se sabe cuándo empiezan pero no dónde terminan.

Pues bien: mi amigo tiene dudas. Como la ideología política de Ituño le asquea, me habla de la libertad de las empresas para anunciarse con quien quieran. ¡Claro que tienen esa libertad! También la horda tiene libertad para difamar en masa al individuo. Así es como estamos obligando a los artistas a callar sus opiniones si estas quedan fuera de las correcciones políticas, que no son una, sino muchas; con lo que, lejos de dirigirnos a una sociedad más ética, nos encaminamos a una hipocresía encorsetada. Los radicales, si quieren trabajar, disimularán. ¡Luego tener ciertas ideas políticas está prohibido, de facto! Yo siempre he considerado que esto es propio de las dictaduras, pero qué sabré. En Mondragón, en los tiempos en que las ideas de Itziar Ituño apretaban gatillos, había que tener cojones para hablar en libertad.

La ética no cambia si trasladamos de un extremo a otro la moral de la víctima de una injusticia. Cuando Disney prescindió de la actriz Gina Carano y la echaron de The Mandalorian por sus críticas a Black Lives Matter, escribí lo mismo. Si resulta que nuestra Gina Carano es abertzale, me da igual. No pienso votar al mismo partido que Ituño y hasta me siento legitimado para insultar a sus amigos, pero a una actriz solo le pido que haga bien su trabajo. Nada de lo que usan contra su reputación cuestiona tal cosa. Y todo lo demás es caza de brujas.

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