Limón&Vinagre

Margarita II: La reina que fumaba y tenía seudónimo

La reina Margarita dibujó, por ejemplo, la versión danesa de El señor de los anillos, con un trazo ciertamente interesante y expresionista. Y también se ha pasado la vida real pintando acuarelas algo naífs y haciendo escenografías y diseñando vestuarios para piezas musicales y películas

La reina Margarita de Dinamarca, el pasado 31 de agosto

La reina Margarita de Dinamarca, el pasado 31 de agosto / Bo Amstrup / Ritzau Scanpix

Josep Maria Fonalleras

Un grupo de jóvenes se citan en Odense para celebrar el Año Nuevo. Comen bacalao y kransekage, un pastel de mazapán en forma de abeto, y, para seguir la tradición, escuchan el discurso de la reina Margrethe, Margarita II, también conocida en la intimidad como ‘Daisy’. Es una tradición como las demás y al mismo tiempo un juego, incluso para las casas de apuestas. El año pasado, estos jóvenes estuvieron a punto de acertarla, pero como el danés de la reina tiene tendencias más bien arcaicas, no dijeron la palabra con exactitud. Este año nadie había apostado por abdicar, el verbo que utilizará Margarita en su última alocución anual. Nadie pensaba en ello, aunque la operación de espalda de febrero, como ella misma ha reconocido, fue el detonante de una decisión que se ha mantenido en secreto por mucho que ahora algunos medios digan que ya se percibían señales.

La reina, cuando conmemoró sus 50 años en el trono, hace dos, recordó que el trabajo que le había sido encomendado (y al que tuvo acceso porque su padre, con tres hijas, movió cielos y tierra para abolir la ley sálica) era de tipo monacal y que el deber de ser reina se extendía hasta la muerte. Ha cambiado de opinión y ahora delega en su hijo Federico, que se llama como el abuelo y como el rey que hizo posible (porque murió sin descendencia) que la dinastía de los Oldemburgo diera paso a la casa de Glücksburg, que es la que, desde 1863, reina en Dinamarca, en Groenlandia y en las islas Feroe. Será el Federico número 10 y ya veremos cómo le van las cosas, porque antes y después de casarse con una plebeya australiana, Mary Donaldson, ha atesorado una larga lista de amigas, novias y amantes y unas cuantas noches de desenfreno y más de un encontronazo con la policía por infringir determinadas normas de comportamiento.

Escritora e ilustradora

Pero esta es otra historia. En la dinastía de los Glücksburg hay cierta tradición de excesos y aventuras, pero no parecen haber perforado el robusto entramado monárquico ni la devoción (o al menos el respeto) que los daneses sienten hacia la realeza. Deben haber contribuido varios factores, entre ellos, por supuesto, la figura de Margarita, que, lo que se dice excesos, ha tenido más bien pocos, si exceptuamos las pamelas, los vestidos estampados y la colección de joyas. Ha sido una reina peculiar. Entre otras cosas, porque debe ser de las pocas reinas (quizás la única) que tiene un seudónimo (Ingahild Grathmer) que ha utilizado como escritora e ilustradora. Dibujó, por ejemplo, la versión danesa de El señor de los anillos, que no es poco, con un trazo ciertamente interesante y expresionista. Y también se ha pasado la vida real pintando acuarelas algo naífs y haciendo escenografías y diseñando vestuarios para piezas musicales y películas, y bordando y haciendo punto de cruz para altares de iglesias protestantes y capas y casullas para obispos reformados. Una de sus frases históricas es esta: «Fumo allí donde haya ceniceros». Nos informa de dos cosas. La primera, que también se ha pasado la vida fumando (hasta que hace unos años alguien le dijo que era mejor, al menos, no hacerlo en público) y, la segunda, que no arroja las colillas al suelo, como buena chica de casa con posibles. 

Se casó enamorada de Henri de Laborde de Monpézat, un noble francés que quiso ser rey y que tuvo que conformarse con ser príncipe consorte, un detalle que no digirió con dignidad. Cada dos por tres, hacía notar su malestar hasta que un día se fue a pasar una temporada a los viñedos que tenía en el Château de Cayx y dijo otra frase para la memoria: «Soy como un perro al que, de vez en cuando, echan un azucarillo». Pese al amor declarado de ella, la última voluntad del marido fue que le incineraran, para no tener que compartir tumba con Margarita en la capilla de Santa Brígida de la catedral de Roskilde, donde yacen reinas y reyes desde hace siglos.

Hablando de muertos y funerales, la mayor excentricidad de Margarita es su mausoleo, que mide tres metros de largo, pesa siete toneladas y ha costado tres millones de euros. Construido a lo largo de veinte años, supervisado por ella misma, es una especie de escultura de vidrio («se llama Sarkofag y habla de la transparencia del reinado de Margarita»), con numerosas referencias simbólicas danesas y en forma de supositorio gigantesco. La reina, como ha dicho el Gobierno en un comunicado, «es la personificación de Dinamarca». Lo ha sido mientras era reina y lo será cuando repose finalmente en este aparatoso bulto mortuorio.

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