Café con Moka

Una caja de recuerdos

"Todo el mundo trata de realizar algo grande, sin darse cuenta de que la vida se compone de cosas pequeñas". Frank A. Clark

Domhall Gleeson y Rachel McAdams en 'Una cuestión de tiempo'.

Domhall Gleeson y Rachel McAdams en 'Una cuestión de tiempo'. / L.O.

Mónica López Abellán

Mónica López Abellán

Hay una película británica de Richard Curtis, uno de los grandes directores de comedia contemporánea conocido por títulos como Love Actually, Cuatro bodas y un funeral o Notting Hill, que sin duda es una de mis favoritas del género. About time- o Una cuestión de tiempo, como se tradujo al español- además de una banda sonora interesante con temas que van desde Il Mondo, de Jimmy Fontana, a Into my arms de Nick Cave, pasando por Back to black de Amy Winehouse o Friday I´m in love de The Cure; cuenta con un reparto de excepción, con Domhall Gleeson, Rachel McAdams y Bill Nighy, entre otros, y un entretenido y amable argumento que, en realidad, es mucho más trascendental de lo que aparenta.

La cinta, que en 2013 se llevó el Premio del Público en el Festival de San Sebastián, relata la capacidad del protagonista para viajar en el tiempo, siempre hacia atrás, con el fin de enmendar errores de su pasado. Cualidad que aprovecha, también, para recuperar las partidas de pimpón entre conversaciones con su padre fallecido.

Si hubiera de elegir un don, yo también querría poder volver, de algún modo, en el tiempo. No porque piense que cualquier tiempo pasado fue mejor, sino con la única pretensión de rescatar y revivir algunos de los momentos que, irremediablemente, he perdido para siempre, y que permanecen vivos en tanto en cuanto mi memoria aún los tiene presentes pero que algún día desaparecerán para siempre.

Reconozco que la memoria, o más bien la pérdida de ésta –entendida más allá de la capacidad para rememorar algo –es uno de mis temas recurrentes. Sin duda, me angustia el olvido. Me angustia olvidar y, también, que algún día me olviden. No desde un punto de vista vanidoso, más bien me entristece que nadie recuerde ya lo maravilloso vivido y compartido.

Y no hablo de grandes obras. Hablo de los despertares de mis hijos acurrucados en mis brazos. Hablo de las ocurrencias de mi pequeño en nuestras conversaciones de pijama y cama. Hablo de sus risas cómplices mientras juegan. Eso es lo que no quiero que jamás se pierda.

Será por eso que este año he pedido a sus Majestades Los Reyes Magos que dejen para mis hijos una bonita caja de recuerdos. Un paquete con más de 300 instantáneas cotidianas que iré completando con los años. Momentos de nuestro pasado congelados en fotografías a las que, de algún modo, puedan siempre volver y regresar.

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