Hablando al aire

Aplausos y gruñidos

Antonio Balsalobre

Antonio Balsalobre

Terminada la función de teatro en el Palais-Royal, contaba Molière, los actores debían enfrentarse al veredicto supremo del rey. Tenían que esperar durante unos segundos eternos que las dos manos del monarca se levantaran o no. Nadie aplaudía antes que él. Y cuando palmoteaba en señal de aprobación, nadie se atrevía a hacerlo ni con mayor ni con menor ímpetu. Soy de los afortunados que tienen el televisor apagado durante la larga y copiosa cena de Nochebuena. Bastan la cerveza, el vino o el cava para animar la conversación (a veces en exceso, todo hay que decirlo). Así que me entero del arbitrio del rey al día siguiente, y por los medios. Nunca volviéndolo a ver u oír, sino por resúmenes, titulares o comentarios. Y no crean que no cuesta desentrañar sus intrincadas disertaciones, si no se es ducho en el arte de la hermenéutica. En cualquier caso, constato que, terminada la función política del año, la otra noche Felipe VI se levantó y gruñó al tiempo que aplaudía. Y que los actores se apresuraron a darse todos por satisfechos, con alguna excepción. A dios gracias, los veredictos reales ya no son lo que eran en tiempos del gran Molière. 

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