DULCE JUEVES
Como salvar a España
No es España lo que está en juego aquí, sino algo mucho más importante, la democracia
Hay que decirlo una vez más y siempre. Quienes cruzan contenedores o lanzan adoquines a la Policía son gentuza, sea cual sea el motivo por el que lo hacen. El enfado no justifica la ira. Y quien está cerca de la gentuza, se convierte en gentuza también, a no ser que se dé la vuelta y se vaya a su casa. No vale alegar que los violentos son radicales que se infiltran en las protestas pacíficas. Si se infiltran es porque se parecen tanto unos a otros que pueden pasar inadvertidos. Tampoco es necesario quemar contenedores, basta con insultar o enarbolar trozos de cartón con eslóganes escritos con letra propia de analfabetos. Se ponen a la altura de Puigdemont, el rey de la discordia. Ambos utilizan la misma estrategia: alentar la violencia callejera para elevar la tensión política.
Miles de personas se han concentrado ante las sedes del PSOE convocadas por la ultraderecha y en contra de la amnistía. En Madrid intentaron incluso llegar al Congreso, y solo las altas vallas metálicas del dispositivo policial lo impidieron. Acosar a un partido político es un acto antidemocrático y quien lo alienta se convierte en un antisistema, en un fuera de la ley, gente peligrosa de la que nos debemos proteger. «El malestar social es responsabilidad de Sánchez, pero las protestas deben partir del respeto y la ejemplaridad que faltó siempre al PSOE y sus socios. No somos como ellos. Ni como la minoría que actúa igual», escribió Feijóo en las redes. La condena debe ser mucho más contundente. Hay que decir con claridad en qué lado de la valla estás. Minimizar los incidentes y culpar al Gobierno es quedarse a medio camino.
En las pancartas se podía leer: «los españoles tienen el derecho y el deber de defender a España». La llevaban miembros de un movimiento que se hace llamar ‘Tercios Cívicos’, promotores de las protestas junto a la Asociación 711, nombre que hace alusión al «fatídico año en el que se produce la invasión de la Península Ibérica por parte del islam», y el colectivo ‘Revuelta’, que dice trabajar «desde la hispanidad para el mundo y en defensa de nuestra civilización, cultura y tradición».
Pero no es España lo que está en juego aquí, sino algo mucho más importante, la democracia. Saltarse la democracia en nombre de una idea de nación es lo que hace el nacionalismo, que además, como se puede ver, siempre termina evocando naciones inexistentes, fruto de sus propias ensoñaciones, que no son más que pretextos para imponer sus ideas. La democracia es el compromiso de resolver los conflictos por vías pacíficas y solo cuando se ha creído en él, la nación sale fortalecida, como ocurrió en la Transición. Entonces, a pesar de los peligros que atravesó y los enemigos que la boicotearon, salió adelante porque, como dice la historiadora Sophie Baby, hubo una voluntad real de llevarla a cabo de forma pacífica: «Esto obligó a muchas cosas, pero la más importante es que logra que el cambio de régimen no desemboque en otra guerra civil. Por eso se esforzaron tanto en aplacar cualquier iniciativa de transformación revolucionaria». En ningún otro momento de la historia, España estuvo más a salvo.
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