Noticias del Antropoceno

'Los criminales son nuevos, pero los delitos son los de siempre', por Dionisio Escarabajal

Dionisio Escarabajal

Dionisio Escarabajal

Toda la economía se basa en la confianza. Cuando pedimos un producto por Amazon y lo pagamos antes de que llegue, estamos haciendo un acto de fe. Pretendemos saber que el producto en cuestión nos va a llegar en el plazo esperado porque confiamos en el proveedor y, en este caso, en la plataforma donde está inserta la oferta, pero no deja de ser una promesa de ambos. Lo dicho, es un acto de fe soportado en la confianza.

De esa confianza es de lo que se aprovechan todos los estafadores que en el mundo han sido y seguirán siendo. Parece increíble, pero incluso hay gente que estafa a la Hacienda pública. Ahí está la estafa del IVA, que no voy a explicar aquí porque no me da el espacio, pero solo hay que rebuscar en las hemerotecas para encontrarse con varios casos, solo en España. La estafa más frecuente, de todas formas, consiste en que una empresa compra bienes a crédito y acaba largándose con la mercancía sin pagar. De esas hay incontables muestras en los juzgados de ahora y siempre.

Precisamente un juzgado americano ha establecido la culpabilidad de un personaje llamado Samuel Bankman-Fried, hijo de dos profesores universitarios de alto copete y famoso creador de FTX, una plataforma de compra e intercambio de criptomonedas. Por los delitos juzgados, le pueden caer más de cien años de cárcel. De esta forma pasa a engrosar una larga lista donde figuran destacadamente Enrico Ponzi y Bernard Madoff, el primero de los cuales dio nombre al esquema que han seguido rigurosamente multitud de estafadores dentro y fuera de nuestras fronteras. En todos estos casos, la estafa consiste en apropiarse del dinero de confiados inversores, atraídos por la promesa de pingües y rápidas ganancias, con el fin de desviarlo para su lucro personal en parte o, lo que es más triste y ocurre en casi todos los casos, para hacer inversiones ruinosas en las que malgastan el capital de los inversores. Lo único distinto en este caso es que la cosa iba de criptomonedas, ese oro que cagó el moro (por decirlo pronto y mal) y que confunde a tanto tonto como puebla nuestro planeta.

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