Cautivados por la moda

En los primeros 40 del pasado siglo, la mujer española piensa más que en la moda, en el modo de arreglarse con lo puesto ante la escasez de dinero y de géneros con los que vestirse

El peluquero Pedro Nicolás (Dambell) en plena tarea en una de sus primeras peluquerías. 1960.

El peluquero Pedro Nicolás (Dambell) en plena tarea en una de sus primeras peluquerías. 1960. / archivo TLM

Miguel López-Guzmán

Miguel López-Guzmán

Si el verano nos desnuda, el otoño nos viste. Las damas, casi siempre, esclavas de la moda (unas más que otras), visten sus curvas con delicados estilos. Los trapitos hacen estragos en ellas. Modas para todos los tiempos. En los primeros 40 del pasado siglo, la mujer española piensa más que en la moda, en el modo de arreglarse con lo puesto ante la escasez de dinero y de géneros con los que vestirse. Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, París ha dejado de ser el capital de la moda y España empieza a imponer la suya propia: Balenciaga en San Sebastián (Inolvidable Mercedes Alberdi, su estilista, afincada más tarde en Murcia) y Pedro Rodríguez en Madrid.

Ellos de severo traje y bizarros uniformes militares, brillantina en el pelo mesado hacia atrás y bigotillo. La moda ha vuelto. Es la hora de las chicas ‘Topolino’, con melena y tupé, zapatos de cuña, falda corta y chaqueta larga. El nombre le viene de un pequeño modelo italiano de automóvil. Unos de los pocos que circulan por la España de la época.

Las nuevas modas exigen peinados que las acompañen. Un acontecimiento para la belleza femenina es la invención de la ondulación permanente en frío. Al nuevo peinado, muy alto por delante, lo llaman ‘Arriba España’, en una denominación en consonancia con el momento histórico. Las murcianas, gracias a Félix Pavía, uno de los más solicitados modistos locales, lucen con donaire sus modelos y peinados Trapería arriba, Trapería abajo, mientras los galanes las ven pasar, cigarrillo en mano, a las puertas del Casino.

En los cincuenta, la moda ‘Saco’ y ‘Trapecio’ causan furor entra las más elegantes. Una moda concebida para mujeres altas y esbeltas, que quedaban airosas dentro del saco y conservaban su equilibrio en el trapecio; pero la bajita y regordeta, se convertía en un bulto informe y en el segundo parecía una campana andante. Afortunadamente, la vida de estos dos estilos fue breve: los ahorcó el cinturón, que en el año 59 volvió a marcar el talle en su sitio. Zapatos de punta afiladísima, los que martirizaron a toda una generación; tacones de aguja que marcaron los suelos de madera de entonces.

En las noches de estrenos cinematográficos como El último Cuplé o en las inauguraciones de la Feria de Muestras exigían el ir a tono con la moda en las clases más burguesas. Los hogares se poblaban de señoras con rulos y las peluquerías de señoras como Dambell, Durante o Peligros en la incipiente Gran Vía (entonces de José Antonio) se veían concurridas ante bodas, primeras comuniones o bautizos.

Las damas se empeñaron en sus peinados glamurosos, como el ‘Bob’ y el ‘Rulo Marilyn’, caracterizados por ondas y rizos pronunciados. Ya en los sesenta, en la era de los Beatles, las mujeres seguían usando el Bob, pero se inclinaban ya hacia peinados más naturales y menos sofisticados.

La peluquería de caballeros Campillo, en la calle Barrionuevo, se veía desbordada ante cualquier acontecimiento social, siendo Bernardino Imbernón el profesional más solicitado. 

El corte de pelo ‘Pompadour’ fue icónico, al igual que los bigotillos en un tiempo sin barbas decimonónicas. Cabello corto en los lados y largo en la parte superior, cabellos peinados hacia atrás y hacia arriba. El fijador y la brillantina causaban furor al otorgar porte y señorío junto a los trajes de la sastrería Marrilac, ubicada en el Puente de los Peligros.

Modas que cautivaron para dar la espalda con elegancia a unos tiempos que fueron difíciles.

Suscríbete para seguir leyendo