El castillete

Moderación y centralidad

López Miras señala que la población ha normalizado la presencia de Vox en los gobiernos y que por ello los discursos ‘apocalípticos’ de la izquierda carecen de sentido

Fernando López Miras.

Fernando López Miras. / Juan Carlos Caval

José Haro Hernández

José Haro Hernández

Finalmente, López Miras se la ha tenido que envainar: la supervivencia política de Feijóo ha prevalecido sobre el veto que aquel imponía a Vox respecto de su integración en el ejecutivo murciano. Y es que el PP anda, en su conjunto, como pollo sin cabeza: se ve impelido a asociarse con la extrema derecha (porque no tiene amigos en el resto del espectro político), a sabiendas de que esta alianza forzada le puede cerrar las puertas al gobierno del Estado durante mucho tiempo. De ahí los movimientos erráticos, incluso contradictorios, que observamos en la dirección del partido tras el fracaso del 23J, rizando el rizo el hecho de asumir el papel de oposición preventiva antes de que su líder se someta a la investidura.

En este contexto, nuestro presidente murciano, para poder digerir el enorme sapo que se ha tragado, ha decidido adentrarse en el terreno del surrealismo argumental. Así, jura que, a pesar del acuerdo, va a gobernar desde «la moderación y la centralidad». Señala, además, que la población ha normalizado la presencia de Vox en los gobiernos, por lo que los discursos ‘apocalípticos’ de la izquierda sobre esta cuestión carecerían de sentido. 

Sobre la primera de las afirmaciones, López Miras conoce perfectamente que Vox y moderación es un oxímoron. Este partido ni siquiera se parece a la mayoría de los extremistas de nuestro entorno europeo, que se adornan con algunas propuestas de carácter social que en la versión hispana brillan por su ausencia. Esta abraza sin complejos el liberalismo más despiadado, aquel que propugna el desmantelamiento de todo lo público y la supresión de cualquier capacidad negociadora de las clases trabajadoras. Su naturaleza estaría conformada por una mezcla de señorito Iván, cura preconciliar y militar africanista. 

Todo muy cutre y antiguo, poco seductor para las clases trabajadoras y las clases medias ilustradas, donde sí han penetrado algunos de sus pares europeos. Sus posiciones sobre cambio climático y violencia de género constituyen un desafío al sentido común y al instinto colectivo de supervivencia. Por no mencionar sus desvaríos anticonstitucionales cuando propugnan suprimir las autonomías e ilegalizar fuerzas políticas.

La tragedia para el PP es que no le queda más que este compañero de viaje. La responsabilidad de esta soledad recae exclusivamente en quienes, con su deriva desde hace años, han querido pescar en los caladeros electorales de los que aspiran a acabar con los derechos sociales y políticos. Y han terminado contaminándose de estas ideas y de los comportamientos a ellas inherentes. 

Esta Región ha sido un laboratorio a la hora de poner en práctica la doctrina del shock: décadas de gobierno reaccionario han situado a nuestra Región a la cola en todos los indicadores sociales: salarios, abandono escolar, precariedad laboral y pobreza infantil. En 2021 fue una de las tres comunidades que más recortó el gasto social (sanidad, educación y servicios sociales) en comparación con los niveles prepandemia.

Y si abordamos el medio ambiente, nos topamos con el escándalo del Mar Menor y lo que subyace a su destrozo: un modelo productivo depredador basado en la contaminación del medio y el mercadeo mafioso del agua. En la enseñanza se avanza a pasos agigantados hacia la desigualdad educativa a través de la canalización de recursos, de manera creciente, hacia los centros concertados, en detrimento de los públicos, lo que redunda en una mayor desigualdad social al quebrarse definitivamente el principio de igualdad de oportunidades.

Con este bagaje a sus espaldas, López Miras requiere del concurso de Vox en las tareas de gobierno. 

Hemos de colegir que esta adherencia no va a suponer ruptura alguna con lo hecho hasta ahora, sino su reforzamiento a través de la inclusión, en el quehacer de San Esteban, de aspectos de la guerra cultural que marcan la identidad de la ultraderecha. Pero el corazón de las políticas va a seguir siendo, en esencia, el mismo que viene latiendo desde hace años, si acaso más taquicárdico.

Por eso, cuando el presidente habla de un gobierno moderado y centrado, es que realmente piensa que así han sido los ejecutivos del PP, sin que la derivada que introduce Vox suponga modificación estructural alguna, pues aquella sería un complemento retórico de carácter ideológico, anexo a la gestión de siempre, aunque eso sí, incómodo por retrógrado. Lo veremos en el asunto de la laguna contaminada: no será necesario que el PP derogue la Ley del Mar Menor, en lo que insistirá Vox, puesto que los de López Miras se limitarán a incumplir, como hasta ahora, los pocos aspectos positivos de una norma manifiestamente insuficiente en su conjunto.

El problema, pues, no es Vox, sino el PP, en tanto que partido que ha asumido el núcleo duro de la agenda ultraderechista, a saber, la implementación de un proyecto neoliberal y autoritario. 

El drama para el principal partido de la derecha es que ese programa solo puede llevarlo adelante con un socio al que le huelen los pies y que, contrariamente a aquella segunda afirmación de López Miras, sí asusta a la gente, que el pasado 23 de julio se movilizó (torciendo el sentido del voto emitido dos meses atrás) para no ver a Abascal sentado en el Consejo de Ministros. Y no porque temiera al apocalipsis, sino a la distopía hacia la que nos conduce la degradación de los servicios públicos (como vemos en estos momentos con la enseñanza), la banalización de la violencia machista y la definitiva conversión de nuestros pueblos y ciudades en un paraíso para los tubos de escape de los vehículos.

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