Aire, más aire

Vuelta a la rutina

Vuelta a la rutina.

Vuelta a la rutina.

Miguel López-Guzmán

Miguel López-Guzmán

Los veranos ya no son lo que eran. Se llaman vacaciones por llamarles algo. Veranos eran aquellos que se iniciaban a mediados de junio y duraban hasta mediados de octubre, cuando el bachillerato. 

Aquellos meses estivales daban para mucho, excepto para la Tarea de Vacaciones, que nunca había tiempo para terminarla. Entonces los veranos tenían un matiz de salvajismo: pies descalzos, baños en balsas, excursiones en bicicleta, volar palomos, coger panochas o membrillos al llegar septiembre y demás.

Es un tópico alegar que septiembre es el mejor mes para las vacaciones, y tiene mucho de cierto, aunque sea un mes melancólico por sus atardeceres que se alejan de la luz cegadora de agosto para convertirse en reflejos dorados, con ciertas matices de tristeza que se harán más patentes en el otoñal octubre.

Regresar es morir un poco, pues todo lo vivido se convierte en recuerdo. Abrir de nuevo la puerta del hogar tiene mucho de desconsuelo. La casa huele a cerrado, las maletas se deshacen sin el entusiasmo con que se hicieron. 

Existen compensaciones, como la de tumbarse en la cama, la nuestra, la de las ensoñaciones. Quedarán rescoldos de amores estivales, los que prometen visitas, y llamadas que más temprano que tarde se disolverán en la distancia y en el tiempo. 

Todo es efímero y todo sigue un ritual: la mirada al frigorífico, a la despensa, a las plantas sedientas, encender el televisor, abrir el armario que conserva los efluvios de la naftalina en la ropa de invierno, salir a la calle buscando lo que ya no encontraremos.

Los largos veranos del ayer deparaban mayores sorpresas: la estatura aumentaba varios centímetros; bigote y barba tomaban forma, los pies crecían y los zapatos resultaban inservibles. Nos íbamos de niños y regresábamos siendo hombres.

Aquellos tres meses de vacaciones resultaron fundamentales en la posterior vida de muchos.

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