La Feliz Gobernación

A galopar

La repetición de las elecciones autonómicas en octubre traería a Murcia a un Abascal de plena residencia durante la campaña

La cabra murciano-granadina exhibe una mirada noble, diríase que hasta romántica, y promete compensaciones ubérrimas desde su descocada exhuberancia

La cabra murciano-granadina exhibe una mirada noble, diríase que hasta romántica, y promete compensaciones ubérrimas desde su descocada exhuberancia / Miguel López-Guzmán

Ángel Montiel

Ángel Montiel

Vox no cree en las autonomías, pero de lo que podemos estar seguros es de que cree en "la diversidad de los pueblos y las tierras de España", que es como se expresaba en mis tiempos de bachiller, asignatura de Formación del Espíritu Nacional, lo que ahora, con menor atajo eufemístimo, se describe como plurinacionalidad. En el programa de Vox, que es un documento insondable, hay infinitas referencias a las peculiaridades patrias, que lo son de este y otro lindero y se pone mucho énfasis en las tradiciones y la artesanía, pero todas en conjunto deben atravesar, al parecer, un crisol en que lo plural se funde en la unicidad.

Nadie podrá dudar de que la gallina vasca es vasca, pero por vasca, también española, y lo mismo podríamos decir del burro catalán, incluso de la vaca enferma castellanoleonesa, que deberíamos catar todos como buenos españoles, pues no por enferma es menos nacional. El chato murciano, aun si fuera atacado por la peste porcina, que no es el caso, seguiría siendo una seña de identidad española y muy española. Todo es de todos, siempre que esté entre Cádiz y los Pirineos, ese territorio en que hubo un tiempo en que una ardilla podía transitarlo sin bajarse de los árboles, y eso que todavía no había noticias de los ecologistas.

No obstante, Vox admite la diversidad territorial, pero como una suma de costumbres, tradiciones y hasta de especies del mundo animal (acaba de aceptar en Alhama la concejalía de Fauna, tal vez habrán querido decir de Caza), aunque las particularidades provinciales no sean suficientes para ser elevadas a categoría política. El líder del partido, Santiago Abascal, no desdeña, ni mucho menos, los aspectos diferenciales y folclóricos que cualquiera podría observar si se volvieran a celebrar aquellos Festivales de los Pueblos de España en que se apreciaban los distintos tipismos de los trajes y los bailes regionales, que tenían su colofón en la Demostración Sindical del Primero de Mayo presidida por el Caudillo y doña Carmen. Puestos a considerar variables autóctonas, nada como un buen festival de coros y danzas, donde, además, están muy perfilados los roles de género y suele darse una distancia pudorosa entre las parejas de baile. Así es España, señora.

Prueba de la aceptación por Vox de la diversidad cañí fue la aparición estelar de Abascal, en su día, montado a caballo, irrumpiendo en las elecciones andaluzas. Inolvidable estreno político. Los caballos andaluces conquistaron el Nuevo Mundo, y son símbolo de un imperio que se ha ido reduciendo hasta achicarse en el propio territorio base. Tanto protagonismo tuvieron estas bestias al figurar para los indígenas la imagen desconocida del centauro, que reconquistar Andalucía misma a lomos de un pura sangre era como una venganza de la Historia.

Para reeditar la escena, en la Región de Murcia habría que buscar el equivalente adecuado, y lo hemos encontrado en la cabra murciano-granadina, una vez que el caballito de mar está en peligro de extinción por las agresiones al Mar Menor (y más lo estará si se abrieran las golas), y el ya mencionado chato, siendo como es un prototipo de cierta belleza ancestral, tiranosáurica, incita al pecado de la gula y tiene un comportamiento habitualmente poco aseado. La cabra murciano-granadina exhibe, por contra, una mirada noble, diríase que hasta romántica, y promete compensaciones ubérrimas desde su descocada exhuberancia.

La repetición de las elecciones autonómicas en octubre traería a Murcia a un Abascal de plena residencia durante la campaña, y no digo yo que tuviera que llegar a lomos de una cabra, pues resultaría grotesco, pero sí teniéndola por amuleto, pues como seña de identidad murciana no hay otro bicho como ella. Si se repiten las elecciones, bien podrá decirse que los murcianos estamos como una cabra.

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