Diario apócrifo: Favores y donaciones

Bernar Freiría

Bernar Freiría

Miro a mi alrededor y veo que esta maravillosa isla de Nurai es un lugar bonito, tranquilo y, lo mejor, donde me siento a salvo de todo. Y doy gracias, por mucho que me queje a veces de mi destierro, que también tengo razones para quejarme. Es difícil fijar el momento en que se me empezó a torcer todo. Hubo muchas cosas que me fueron perjudicando. Fasana y Canonica también les llevaban las finanzas a Correa, Crespo y otros implicados en el caso Gürtel, y por ahí empezó a apretar el fiscal Bertossa.

Fasana no se enteró de un pago que yo le había hecho a Canonica, realmente forzado por la situación, y que él se apresuró a poner en Bahamas. Eso molestó a Fasana y sus relaciones se deterioraron. Fue precisamente a causa de la investigación emprendida por Bertossa como Fasana se enteró de aquella entrega de dinero a su colega cuando tuve que disolver Lucum. Pero fue el mismo Bertossa el causante tanto de la disolución de Lucum como de mi entrega a Canonica. Al final la cosa quedó en nada para los dos. En Suiza me debían algunos favores, como mi eficaz mediación en la liberación de unos rehenes suizos en Libia. Si es que yo siempre he tenido muy buenas relaciones en el mundo árabe. Que no habré hecho yo favores en todo el norte de África y en las monarquías del Golfo. En este caso, a Suiza.

También quedó en nada el asunto de los cien millones que me habían donado los saudíes, que Bertossa creía que eran el pago de una comisión por el AVE a La Meca. Pero resulta que los cien millones estaban ahí dos años antes de que se adjudicara la construcción del tren de los peregrinos. El fiscal estuvo dándole vueltas al asunto para buscar un origen delictivo de ese dinero, pero era una donación y los saudíes donan lo que les sale de los cojones sin tener que justificar nada. Por consiguiente, no tuvo donde hincar el diente y no le quedó más remedio que dar carpetazo al asunto. Y bien que le jodió.