Tiempo y vida

El ídolo de la Serreta (Cieza)

Un rasgo que sobresale por encima de todos, y que despierta la curiosidad tanto de los investigadores más avezados como de los observadores no iniciados, es la existencia de más de cuarenta trazos que atraviesan perpendicularmente las distintas partes de su cuerpo y llegan a sobresalir a modo de rayos

Cueva de la Serreta (Cieza)

Cueva de la Serreta (Cieza)

Miguel Ángel Mateo Saura

Miguel Ángel Mateo Saura

Durante los trabajos de catalogación de cuevas que desarrolla en 1973 el Servicio de Exploraciones e Investigaciones Subterráneas de la Diputación de Murcia en la zona de Los Losares, en Cieza, la sección dirigida por Ángel Fernández localiza una sima a la que se accede a través de una pequeña abertura cenital. Tras descender más de 30 metros en vertical, uno de los miembros del equipo, Manuel López de Ochoa, descubre sobre la pared izquierda de la cavidad, cerca de la boca que se abre al río Segura, un panel con más de medio centenar de representaciones de color rojo, pertenecientes al arte esquemático. Años más tarde, será Miguel San Nicolás del Toro quien, con motivo de la preparación de su Memoria de Licenciatura, descubra un segundo grupo de figuras en el interior de la cueva. En los últimos trabajos realizados en la misma por Joaquín Salmerón Juan, entre 2016 y 2018, se han localizado nuevas pinturas, aisladas, en otras zonas de la cavidad.  

El panel exterior es el que primero capta la atención del visitante. El elevado número de motivos pintados, su tamaño relativamente grande, y la variedad de tipos de figuras que lo conforman son factores que, sin duda alguna, atrapan al observador. A ello hay que unir el hecho de que los trabajos de conservación preventiva realizados hace unos años, con la limpieza superficial de la pared y la eliminación de una potente capa de polvo que ocultaba las representaciones, han mejorado notablemente su visibilidad, haciéndolas mucho más atractivas para el visitante. 

En este friso exterior encontramos una docena de grandes animales que quizá debamos identificar como bóvidos y équidos, e, intercalados entre ellos, hasta tres personajes, dos de los cuales van armados con arcos que disponen al frente en actitud de disparo aunque, bien es verdad, ninguno de los animales presenta marcas de flechas en el cuerpo. Esta escena principal se ve complementada con otras figuras que se disponen en los extremos y parte inferior de la misma. Entre estas vemos algunas cabras, muy simplificadas en sus formas, y varios signos de componente geométrico, con ejemplos de lo que llamamos polilobulados, que están formados por una sucesión vertical de círculos, y diversos esquemas en ‘Phi’, llamados así por su parecido con esa letra del alfabeto griego.    

El segundo panel, situado en el interior de la cavidad y en un ambiente de penumbra, es más modesto en el número de motivos, tan solo siete. Además, salvo uno de ellos, su tamaño es reducido, entre 5 y 15 cm

Pero es en este segundo grupo de pinturas en el que vamos a documentar una de las representaciones más llamativas y peculiares de todo el yacimiento. Situada por encima de todas las que integran el panel, y con un tamaño mayor, que alcanza los 27 cm, se trata de una figura humana excepcional, tanto por su tipología, que la aparta un tanto de la tónica general para este tipo de motivos humanos, como por el especial tratamiento de los detalles que presenta. Si bien respondería en sus líneas básicas al tipo de esquema humano más simple, sobresalen aspectos como que el cuerpo vaya adquiriendo mayor grosor desde la zona del pecho hasta la cintura, rompiendo un tanto la linealidad que envuelve a la mayoría de estos dentro del estilo esquemático, o que los dos brazos se hayan pintado en jarra, con las manos apoyadas en la cintura. Resalta también que se pintaran los pies, de los que hoy solo vemos uno, de tamaño exagerado (el otro se pudo perder por un desconchado de la pared), y un peinado de formas alargadas, en ocasiones denominado tipo montera, que no es en modo alguno frecuente. De hecho, solo los reconocemos en sendos individuos de los yacimientos valencianos de la Balsa de Calicanto de Bicorp y el Barranc del Bosquet en Moixent, y en el conquense de Marmalo IV de Villar del Humo.

Pero si hay un rasgo que sobresale por encima de todos, y que despierta la curiosidad tanto de los investigadores más avezados como de los observadores no iniciados, es la existencia de más de cuarenta trazos que atraviesan perpendicularmente las distintas partes de su cuerpo y llegan a sobresalir a modo de rayos. Son estos los que, además de darle un aspecto muy original, la hacen destacar de entre el resto de representaciones.

Es una cuestión muy compleja proponer alguna hipótesis acerca de la significación que pudieron tener las representaciones humanas en el arte esquemático porque siempre nos moveremos en el campo de la hipótesis. En este estilo de arte en particular, ni siquiera el contexto temático en el que aparecen ayuda porque la presencia de signos junto a ellos en la mayoría de las ocasiones, lejos de facilitar la tarea la dificulta aún más. En todo caso, la confluencia de esos varios detalles en este personaje de Cueva de la Serreta, como su situación en el interior de la cueva, a media luz, su mayor tamaño que el resto de motivos que le acompañan en un plano inferior, la identidad de estos, que son signos ininteligibles, y sobre todo el especial engalanamiento que enseña y su actitud, que transmite cierta majestuosidad, nos llevan a pensar que se trata de la representación de un personaje importante para el grupo o, más probable, alguien especial en el imaginario simbólico de sus autores.

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