Jodido pero contento

Si Lawrence de Arabia levantara la cabeza

Ilustración de Enrique Carmona

Ilustración de Enrique Carmona

Dionisio Escarabajal

Dionisio Escarabajal

Si hemos de hacer caso a tres de las religiones de mayor implantación en el mundo, el Dios único y exclusivo se manifestó tres veces, pero nunca se dirigió a nadie fuera de los estrechos límites de lo que conocemos hoy como Oriente Medio. Para ser un Dios omnipotente, eligió moverse en un marco geográfico francamente reducido. Allí el Dios único escogió al pueblo de Abraham, envió a su Hijo en forma humana y se manifestó en una montaña al profeta Mahoma, antes pastor de cabras y comerciante, eso sí, confirmándole todo lo que había dicho por boca de Abraham y Jesucristo, que es el principal argumento del Islam para certificar la veracidad de la doctrina contenida en su libro sagrado, el Corán.

Precisamente los Acuerdos de Abraham denominan los sucesivos acercamientos y pactos que han reunido recientemente a enemigos declarados árabes e israelíes. Parece que, después de tantos años de asegurar a sus pueblos la destrucción de la potencia sionista enclavada con la ayuda de Occidente en el corazón de la tierra árabe, las satrapías que gobiernan dichos países se han dado cuenta que precisamente Israel es el único país que les puede librar de la amenaza de sus peores enemigos: los ayatolás de Persia. Así que, pelillos a la mar, y a firmar acuerdos con el enemigo sionista con tal de salir del impasse de bloqueo que presenta la realidad geopolítica del antiguo imperio Turco.

Precisamente un militar británico que empatizó con la causa árabe y trasladó promesas imposibles que nunca llegaron a hacerse realidad del todo pero que contribuyeron decisivamente a la derrota de los otomanos, fue uno de los agentes decisivos de la nueva conformación de esta parte del mundo que parecía condenada a la irrelevancia hasta que las riquezas energéticas del subsuelo la hicieron adquirir un protagonismo exacerbado que llega hasta nuestros días. Oriente Medio constituye un nudo gordiano de situaciones geopolíticas entrelazadas cuyo futuro inmediato pocos analistas se atreven a aventurar. Hasta la potencia hegemónica actual, Estados Unidos, ha tirado la toalla, harto de verse inmerso en conflictos regionales, siempre por dos intereses estratégicos de fondo que se sentían llamados a defender a toda costa: por un lado el Estado de Israel, cuya creación ampararon y cuyo mantenimiento han asegurado estos años con armas y bagajes, y por otro las reservas de petróleo y gas de los aliados árabes, consideradas imprescindibles para la viabilidad de la economía norteamericana y occidental. Hasta que encontraron la independencia energética gracias al fracking.

Pues bien, la amenaza sobre Israel debido a sus victorias en sucesivas guerras, y gracias a la pérdida de relevancia de los palestinos y el hartazgo que de ellos tienen los otros dirigentes árabes, hasta el punto de que algunos temen la insistencia de Occidente, especialmente Europa, en la solución de los dos Estados. La solución preferida por los israelíes y los países árabes sería que los palestinos se fueran con viento fresco a ocupar la tierra de sus primos jordanos, bajo un régimen relativamente cordial con Occidente. El problema es que nadie quiere a los palestinos en su tierra. Por eso la solución de los dos Estados parece la más razonable y legal, según las resoluciones de la ONU, pero Israel teme a la constitución de una nación realmente soberana, con todo el poder que ello conlleva, en su patio trasero. Otra solución sería integrar a los palestinos en Israel, cosa que no importaría a la mayor parte de ellos. Pero eso, en un Estado democrático como el israelí, significaría aceptar a medio plazo que un partido palestino gobernara Israel por la fuerza de la demografía (los árabes tienen muchos más hijos) y de los votos consecuentemente. Así que ni para delante ni para atrás: situación estancada sin solución a la vista por los restos de los restos. 

La otra experiencia traumática de los norteamericanos en Oriente Medio ha sido Irak. Tantos millones de dólares y vidas de jóvenes gastadas en la aventura de destituir al dictador Sadam Hussein y liberar a su protegido árabe Kuwait, para encontrarse finalmente con un Estado disfuncional bajo la influencia mayormente de la dictadura iraní, que odia cervalmente a los Estados Unidos. Es para mear y no echar gota. Y si faltaba algo, llega la experiencia de Afganistán y la derrota de la OTAN frente a una cuadrilla de talibanes zarrapastrosos, con una retirada ignominiosa que pasará la historia de las mayores humillaciones imperiales, junto con el abandono de Saigón y la retirada soviética del mismo Afganistán unas décadas atrás.

Y como la geopolítica odia el vacío tanto como la física, el hueco que deja Occidente está rellenándose con la influencia sobrevenida de Rusia, que ha consolidado su influencia sobre Siria (Vladimir Putin siempre acudiendo en ayuda de los dictadores para masacrar a su súbditos rebeldes y cobrarse después el favor), que acaba de reintegrarse a la Liga Árabe después de liquidar y expulsar de su país a millones de sus ciudadanos. Claro que alguien que ordena descuartizar a un periodista y mete sus restos en una bolsa de plástico porque sus opiniones no le gustaban, como el caso del líder de Arabia Saudí Mohamed Bin Salman con Jamal Kashoggi carece de autoridad moral ninguna para criticar al conocido como «carnicero de Damasco». Probablemente el sátrapa saudí y Bashar al-Ásad tendrán muchas confidencias que hacerse sobre su hobby favorito: despiezar a víctimas inocentes de su inescrupulosa crueldad.

Pero no todo es negativo en las dinámicas geopolíticas del Oriente Medio actual. Después de una llegada estruendosa al poder del susodicho líder saudí , más conocido con el cursi acrónimo de MBS, la cosa tiende a la pacificación en casi todos los frentes, empezando por la guerra de Yemen. Incluso hay signos claros de reconciliación con el enemigo iraní por vía de Qatar. Una vez que Estados Unidos se ha hartado de que lo humillen (véase el forzado estrechamiento de manos de Biden con el asesino saudí) y de recibir picaduras incontables en el avispero árabe, ha decidido dejarlos a su suerte, asumiendo incluso que los chinos y rusos ocuparán parte del vacío de influencia que deja su país. Probablemente se limitarán a dar ayudas con una mano y vender armas con la otra a los países más o menos aliados que las pidan y se las compren respectivamente. Afortunadamente para ellos, no les faltará abundante dinero de las riquezas fósiles para pagar estas últimas y, con suerte, que se maten entre ellos y que los dejen a ellos en paz. ¡Si el pobre Lawrence de Arabia levantara la cabeza!

Suscríbete para seguir leyendo