Parece una tontería
Tan genial no será
Cada cierto tiempo recibo una llamada de mi banco, para saludar. Es una llamada rarísima, hecha por una persona entusiasta que me dice «qué tal, soy Beatriz, tu gestora», ante la que siempre tengo que reprimir las ganas de responder: «¿Qué gestora?». No como en aquella ocasión que mi madre me llamó un domingo por la mañana, y dijo «soy mamá», y estaba yo todavía tan borracho que repliqué: «¿Qué mamá?».
Mi gestora nunca quiere nada en concreto, o no al principio, solo derrochar buenos modales, dulzura, tal vez para yo piense: «Es majísima». Cuando la conversación languidece, y solo somos ya dos merluzos hablando de nada, es cuando pregunta si necesito financiación. Me sale siempre la misma respuesta: «Mmm, creo que no». «A ver, piensa», me pidió la última vez, por si me precipitaba. «¿Cuál es tu sueño?», añadió, empezando a hacer el ridículo. Al confesarle que mi sueño era ganar el Premio de la Crítica, fue cuestión de segundos que nos despidiésemos.
Piso y coche
Sentí un profundo alivio al colgar. Había conseguido no deberle dinero al banco. Nunca tengo claro, con absorbente certeza, digamos, si solicitar un crédito es buena o mala idea. La idea puede ir cambiando de buena a mala, o al revés, y seguir cambiando alternativamente, sin llegar a ser nunca buena o mala idea con carácter definitivo.
Recuerdo que el día que firmé mi hipoteca me pareció una idea genial. Era 2005: qué más daba. Al poco la idea genial de los cojones se fue volviendo mala, y luego funesta, y desde entonces ha habido ocasiones para que me pareciese otra vez genial y nuevamente horrible.
Antes de cargar con la hipoteca de un piso en el que ya no vivo, para calibrar de qué madera estamos hechos algunos, solicité un crédito para comprar un coche que ya no existe. Cuando acabé de pagarlo me deshice de él por 700 euros. Otra genialidad.
El día que lo entregué en el concesionario, por cierto, me quedé la rueda de repuesto de recuerdo. Estuvo seis años en el trastero, riéndose de mí, hasta que la pillé. La historia de los bancos está plagada de gente que nunca aprende. Por eso la gestora me llama cada poco, supongo.
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