Espacio abierto

La mujer y la gran guerra

Mujeres trabajando en una fábrica.

Mujeres trabajando en una fábrica.

Colectivo de Mujeres por la igualdad en la Cultura

Las guerras, como otros hechos sociales, suelen afectar a la estructura y al funcionamiento de la organización de la sociedad y así, modificar el curso de la historia. Pero fue la Primera Guerra Mundial, la Gran Guerra, como la llamaron sus contemporáneos, la que marcó el final de una época y el principio de otra muy distinta.

La guerra total alcanzó a la población en una magnitud desconocida hasta entonces; toda la población pasó a ser combatiente, aunque desde diferentes posiciones. A las mujeres se les confería un papel hasta entonces considerado como feudo masculino y tuvieron la oportunidad de demostrar que podían mantener la economía de su país, trabajando en fábricas, en despachos, en el campo. Las mujeres compartieron la esfera pública con los hombres e incluso les sustituyeron de forma masiva para atender la creciente economía de guerra.

Iba a ser una «guerra relámpago» y se vio a la mujer como un elemento de sustitución del hombre, algo temporal; tras el conflicto, la mujer volvería a «sus labores propias».

Aunque supuso un parón en las reivindicaciones femeninas, la guerra introdujo un cambio de mentalidad que facilitó la aparición de una sociedad que empezaba a no ver escandaloso que las mujeres quisieran ganarse la vida en todo tipo de profesiones, incluyendo las más técnicas, y acceder a estudios superiores, entre otras cosas. Al involucrarse en las tareas encomendadas a los varones, se cambió la perspectiva social que se tenía de las mujeres como seres débiles e incapaces. Las mujeres dejaban de ser invisibles a ojos de gran parte de la sociedad. Desgraciadamente, estos cambios no se notaron de forma inmediata.

Tan solo habían pasado unos pocos meses del inicio del conflicto, cuando el futuro primer ministro de Gran Bretaña, David Lloyd George, hacía un llamamiento a las mujeres para que se incorporasen a las fábricas de municiones, prometiendo el mismo sueldo que a los hombres. «Sin mujeres no hay victoria rápida», dijo. Esta situación se hizo extensible a Estados Unidos y a toda Europa, aunque no con la misma intensidad como en Francia e Inglaterra.

En las empresas de fabricación de armamento, las munitionettes, hacían turnos de 12 horas y cobraban la mitad que los hombres; las promesas nunca se cumplieron. Se enfrentaban a peligros constantes: bombardeo y riesgo de explosiones. Aquellas que estaban más en contacto con el trinitrotolueno (TNT) adquirían un color amarillo, canary girls, debido al alto nivel de bilirrubina en sangre. Con el tiempo sufrirían anemia, trastornos hepáticos y otras lesiones internas y, en algunos casos, la muerte. Su sacrificio nunca será reconocido como se merece.

En Inglaterra y Alemania, las grandes asociaciones sufragistas sacrificaron sus luchas y se transformaron inmediatamente en organizaciones de servicios de guerra. Las mujeres sintieron que el apoyo tradicional, poner vendas y tejer calcetines, no era suficiente en esta lucha. Obviamente, el apoyo a la guerra no fue unánime; por razones humanitarias, algunas defendieron una postura pacifista. Entre ellas, Sylvia Pankhurst quien puso en marcha estructuras de apoyo y solidaridad para las mujeres más pobres, a la vez que continuó reivindicando el derecho al voto. Su activismo no fue nada fácil; el gobierno perseguía y encarcelaba a quienes se resistían a trabajar en las fábricas de municiones o participaban en huelgas contra la restricción de los derechos laborales en período de guerra. Aunque las caras más visibles fueron las de las entregadas enfermeras, las mujeres destacaron en diferentes campos, como el de la conducción. En 1915, tras el primer ataque a Londres, The Women’s Reserve Ambulance fue la primera unidad de asistencia en llegar. Se calcula que unas 50.000 británicas formaban parte de los cuerpos auxiliares del ejército como conductoras, mecánicas, cocineras, secretarias… El ejército de los Estados Unidos reclutó a unas 250 operadoras telefónicas y taquígrafas que trabajaron en el frente francés mano a mano con el Cuerpo de Intendencia. A esto hay que añadir a aquellas que descifraban códigos secretos y reconocían patrones.

También hubo mujeres beligerantes; los batallones femeninos creados por el gobierno provisional ruso estaban formados por unas 2.000 voluntarias, al principio. La férrea disciplina de María Bochkariova (Yashka), los redujo a 300.

Pero no todo el proceso de inserción de mujeres a sectores productivos tradicionalmente masculinos fue fluido. Muchos de los hombres que permanecieron en sus trabajos, no aceptaron que las mujeres pudieran desempeñar con la misma efectividad sus puestos laborales. Muchas de las críticas insistían en que no era el sitio natural de las «señoritas». En la mayoría de las ocasiones se trataba de miedo a que la mujer dejase de ser un sujeto sensible y delicado, que desplazase al hombre de sus ocupaciones impuestas por los roles sociales.

Las opiniones sobre las repercusiones de la guerra en la emancipación femenina son contradictorias y complejas. Hay quienes han llegado a manifestar que, en cuatro años de conflicto, se consiguieron más avances para la mujer que en toda una generación de lucha feminista, y consideran la guerra como un instrumento emancipador y transformador de las relaciones entre los géneros.

Para otras personas, el conflicto había dado lugar a un feminismo erróneo porque las mujeres confundieron la igualdad con la identidad; jugaron a ser hombres, se masculinizaron, rompiendo el equilibrio personal y social (Suzanne Marie Durand).

Cuando la guerra terminó, la mayoría de las mujeres abandonaron sus puestos de trabajo, «le retour au foyer». Ahora se las necesitaba para la recuperación demográfica, y así, fueron llamadas a criar para la patria.

Los gobiernos reconocieron su esfuerzo, su eficiencia en toda clase de tareas y algunos se mostraron, de repente, muy favorables al sufragio femenino. Entre 1918 y 1921, la mayoría de los países europeos concedieron el voto a las mujeres, con más o menos limitaciones.

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