Pintando al fresco

Don José, Pepe o Pepito

Enrique Nieto

Enrique Nieto

Mañana es el día de San José. En un pasado no muy lejano, esta fecha arrojaba el mayor índice de onomásticas por familia en la Región de Murcia. Ocurría algo parecido en otras provincias, pero ninguna llegaba a nuestro nivel de Josés y Josefas por metro cuadrado. Nosotros, los viejos profesores, en nuestras primeras listas de alumnos, leíamos estos nombres por doquier, así que cuando tenías que pasar lista en las clases, se daba mucho eso de García García, José; García Hernández, José, García Pérez, José, etcétera, y lo más curioso es que ninguno era primo de otro. La tradición de darle a un hijo el nombre de su padre, generalmente al primogénito, se mantenía inalterable.

Si lo miran ustedes bien, observarán que José es un nombre muy dúctil y se puede hacer con él muchas cosas. A saber, masculino: José, Pepe, Pepito, Pepitico, Pepico, etc. Femenino: Josefa, Josefina, Pepa, Josa, (yo tengo una amiga que se llama así) Pepita, Pepi, Fini, etc. Pocos nombres dan tanto de sí. El pobre de San José, un carpintero de un pueblo infecto, en un país dominado por una potencia extranjera, no se podía ni imaginar que en un lugar tan lejano de Nazaret como Murcia, casi dos mil años después de su fallecimiento, iba a haber tantas personas con su nombre.

José es la hispanización del latín Josephus, pero la cosa viene de más atrás, aunque no es este el sitio para que yo me ponga a explicar la etimología del nombre en cuestión, pero tenerla la tiene.

En cualquier caso, que quede claro que este nombre está en crisis. Ya lo comenzamos a notar hace bastantes años en esas listas de alumnos que arriba les citaba. Las Josefas y Josefinas desaparecieron casi del todo, primero tímidamente, cambiando a María José en las mujeres o combinado con otros nombres en los hombres, como José María, José Luis, Pedro José o Julio José, como el hijo de la Preysler, ese que parece un poco defectuoso. Lo cierto es que José aguantaba bien con el ‘don’ delante (quiero decir que don José sonaba a alguien que tenía pasta, o al menos formación), pero tanto José solo, que sonaba a pastor, como el más común Pepe, que tenía algo más de gracia, pero que tampoco le daba al poseedor ningún añadido elegante, sino que era más vulgar que una patata. A nadie fuerte y musculoso se le llamaba Pepico, que solía quedarse para los pequeños de estatura, y Pepito quedaba relegado en cuanto al muchacho le comenzaba a salir pelusa en el bigote, que solía decirle a su madre: ‘Mamá, joder, no me llames más Pepito, que mis amigos se ríen de mí. Las Josefas jóvenes reclamaron enseguida ser llamadas Pepa, y odiaban que las llamaras Pepita.

¿Y qué nombres vinieron a desterrar a los que hoy nos referimos? Pues a partir de la llegada de la democracia, las Sofías, como la reina emérita, proliferaron muchísimo. Y luego comenzaron las Cristinas, las Elenas, las Leticias o Letizias, los Jorges, los Marios, Sergios y muchos Pablos en vez de Pedros, que es otro nombre que entró en crisis. Y así sucesivamente.

¿Y, en qué situación nos encontramos ahora? Pues en la que cada pareja le pone a sus hijos e hijas el nombre que le da la real gana, sin tener mucho en cuenta cómo se llama el padre del padre o la madre de la madre. Estos, los mayores, todavía tuercen un poco el gesto cuando los jóvenes les comunican que se ha acabado la tradición de los Josés en la familia, y que el nene se va a llamar Osvaldo, o Marte, o Abeto. Y que la nena de Josefa nada en absoluto, sino que se va a llamar Ibis, Junco o Svestlana porque así les gusta a ellos. En cualquier caso, conozco a una pareja joven que le ha puesto a su hijo Pepe, pero no José, sino que en el Registro consta que se llama Pepe y así se leerá en su DNI cuando lo tenga, que ahora es todavía muy pequeño. Y creo firmemente que pocos nombres suenan más simpáticos que este a la hora de llamar a un niño de cinco o seis años.

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