Relatos del oficio

Noticia criminis

Andrés Pacheco Guevara

Cuando van para 45 los años que llevo trabajando como juez, me ocurre, como a todos mis compañeros/as, que, ante el recuerdo de tantas anécdotas vividas, ganas me dan de escribirlas cronológicamente para que no se me olviden las mejores, para conservarlas sin estrujarme la memoria. Pero no tengo tiempo.

Con todo mi respeto para los ciudadanos que las protagonizaron, algunas de ellas despiertan en quienes las escuchan grandes risas o al menos una buena carcajada. Una de éstas acaeció en uno de los pueblos en los que estuve destinado al principio de mi carrera profesional en los años ochenta del pasado siglo.

Los juristas denominamos ‘noticia criminis’ al conocimiento inicial que la Administración de Justicia tiene de un hecho que pudiera ser constitutivo de delito, de los mayores o de los menores (antes faltas). Y muchísimas veces esa primera delación viene representada por un atestado policial.

Pues bien, hace mucho tiempo se recibió un atestado en el Juzgado de Distrito que yo servía, en el que un agente de determinado cuerpo de policía denunciaba un suceso por el que él mismo se consideraba agraviado. Y decía así: «El pasado viernes sobre las 21 horas, cuando mi compañero y yo practicábamos la ronda habitual por el centro de esta ciudad, accedíamos a la discoteca X por las escaleras que discurren desde la plaza hasta el sótano en que se encuentra, momento en el que el conocido delincuente de la localidad (insertaba a continuación sus datos) ascendía por las mismas procedente del local, instante en el que, al atisbar la presencia de esta fuerza, alzando su pierna izquierda en agresiva actitud, expelió una ruidosa ventosidad que causó vejación a quien suscribe y a su uniforme». 

Supongo que la mención a la ropa reglamentaria se hacía para intensificar la afrenta, dirigida no solo hacia la pareja de agentes, sino también hacia el Cuerpo del que formaban parte. Esto es, para echar leña al fuego.

Al recibirse en el Juzgado tal escrito, tanto el Fiscal como el Secretario Judicial se rieron bastante, pero opinaron que ninguna responsabilidad penal cabía atribuir al autor del incidente, que debía archivarse inmediatamente. De eso nada, les dije. Este ciudadano se encuentra ofendido y tiene derecho a que se celebre un juicio de faltas para mejor esclarecer los hechos que narra y decretar responsabilidades, si las hubiera.

Efectivamente, se señaló esa vista pública para un mes después de los hechos y durante la misma, con presencia de juez, fiscal, secretario judicial y los abogados de ambas partes, todos togados, se tomó declaración en primer lugar al denunciado, quien manifestó literalmente: «Yo no iba contra nadie, bastante hice con esperar a la salida para aliviarme, se lo ‘fuera llevao’ quien se ‘fuera cruzao’ conmigo». 

Seguidamente depuso el denunciante, quien, a la vez que insistía en la intención de agraviarles de aquel fulano, contó que estaba claro que por la forma de levantar la pierna y por la intensidad de la detonación ‘iba a por mí’, a la par que dirigía su mano hacia la zona del pecho, como si de un tiro se hubiese tratado.

El resultado del juicio, no podía ser de otra forma, fue absolutorio, pues evidentemente no hubo pruebas que lograsen destruir la presunción de inocencia del sujeto, pues ni siquiera servía la declaración del otro agente, al ser, como compañero, parte interesada de uno de los contendientes.

A los pocos días me anunciaron la visita del policía y, como es normal, lo recibí, aunque pensaba que me iba a afear que le otorgase el mismo valor a las declaraciones de unos agentes de la autoridad que a la de un malhechor bien conocido ya en ese Jugado.

Pero, lejos de aquello, me felicitó, argumentando que comprendía que no había pruebas que pudieran incriminarlo, con alusiones a que era muy positivo que hubiera en el pueblo un juez constitucional, que valorase la presunción de inocencia como principio insoslayable. También me anunció que no recurriría.    

Pocas veces alguien que ha salido perdiendo en un proceso penal, aun de tono menor, tiene esa reacción, lo que le agradecí sinceramente.

Pero la sorpresa vino cuando a los dos o tres minutos de despedirnos y abandonar mi despacho, tocó en la puerta de nuevo y, asomando la cabeza, me expetó: Señoría, fue a por mí. 

Y es que una cosa son las previsiones legales y otra, a veces distinta, la realidad vivida. El hombre se aquietó a mi decisión, pero quiso trasladarme, no ya como juez, sino como persona, su dolor por la ofensa de la que había sido objeto. Cosas que pasan. 

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