El prisma

A propósito de Sánchez, Pedro Antonio

Lo de Sánchez, Pedro ‘Auditorio’, tendrá un efecto electoral dudoso, por mucho que López Miras le deba el dedazo que lo hizo presidente y lo ejemplificara clarividentemente por su «honradez, juventud, transparencia y regeneración»

J. L. Vidal Coy

J. L. Vidal Coy

Aunque la única moción de censura que ha prosperado en el Congreso hasta la fecha fuera motivada por un gran caso de corrupción del Partido Popular (Gürtel) no parece que el asunto desvele a muchos españoles. Ni tampoco a muchos murcianos. Si vivieran insomnes por eso, el partido actualmente gobernante en Murcia hace tiempo que habría dejado de serlo. Ahí sigue, con visos de volver a salir triunfante.

Partiendo de que ese delito no está tipificado como tal en el Código Penal, hay una tendencia generalizada entre los votantes a informarse exhaustivamente sobre los posibles casos de corrupción de otros partidos. Al tiempo, pasan por alto o contemplan displicentemente los que afectan a la formación de su preferencia. Así, en España se cumple a rajatabla la regla bíblica de ver la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio. Muy coherente con la hipócrita moralina de la cultura judeocristiana exacerbada por el catolicismo ortodoxamente recalcitrante.

Se ha instaurado el diálogo de besugos del ‘y tú más’, a pesar de que el conteo arroje un balance más bien siniestramente derechista (valga la contradicción). El PSOE pasó su sarampión en los últimos años de Felipe González y el PP ganó su gordo electoral gracias a aquello de «paro, terrorismo y corrupción». Fue la conjunción de tres factores astrales (y un bigote).

Las tornas cambiaron entonces con la excepción de Andalucía, donde el PSOE tuvo cuarenta años de gloria de partido casi único con su consiguiente peaje. Casi como en Murcia ahora. Aquellos Eres trajeron estos lodos. Desde 1995, especialmente donde gobierna o ha gobernado, el PP tiene una producción irrefutablemente imbatible de los llamados ‘delitos relacionados con la corrupción’. El caso vigente, la Kitchen, presenta a todo un beato exministro del Interior y adláteres de prestigio como el comisario Villarejo. Como lo de Barrionuevo, pero sin tiros. Algo progresamos. Deseemos que el ángel Marcelo, consejero celestial del Fernández Díaz amigo de M. Rajoy, no acabe implicado. Sería el acabóse.

Al lado, lo del Tito Berni es asunto diferente en gravedad, aunque sea igual la gran calidad del chorizo que unos y otros ‘investigados’ son aficionados a degustar con fruición. La razón de oportunidad ha querido que los malhechos del exdiputado socialista sirvan de vía de escape propagandística a la Kitchen. Enfrente, se recuerda al famoso narco de Feijóo. Va subiendo la tensión del ‘y tú más’. Alcanzará el clímax para las autonómicas y municipales. Se destensará después y retomará el crescendo post-agosteño de cara a las generales.

Ahí están los partidos. No parece que les sigan los votantes según prospecciones de empresas especializadas. Consecuentemente, la condena a tres años del ínclito Sánchez, Pedro ‘Auditorio’, tendrá un efecto electoral dudoso, por mucho que López Miras le deba el dedazo que lo hizo presidente y lo ejemplificara clarividentemente por su «honradez, juventud, transparencia y regeneración», razón quizá de los muchos euracos de subvenciones regalados a la empresa del lumbreras lumbrerense. Sólo si quien fundó la dinastía en 1995 fuera convocado a juicio oral antes de junio habría cierto efecto dominó.

No pasarán factura en las urnas, pues, los muchos problemas judiciales de los populares murcianos ni los escasos socialistas. Entretanto, dicen los sondeos, los votantes siguen más preocupados por las derivadas de las atrocidades rusas y por otras cuyo mal funcionamiento sí es achacable a sus dilectos prebostes: sanidad, educación, servicios sociales… Ahí debería jugarse el partido. No está claro que esa cancha esté abierta, en contra de los verdaderos intereses de los ciudadanos. La mayoría tiene dizque la piel endurecida ante la corrupción. Veremos si también ante la pretendida irreversibilidad del desmantelamiento del Estado de Bienestar con cuya realidad la gente se topa cada día, envidiando lo bien que se vive en Miami.

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