El retrovisor

La higiene obligada

La Droguería Montoro, 1940-2014, en la   murciana calle de Verónicas

La Droguería Montoro, 1940-2014, en la murciana calle de Verónicas / L.O.

Miguel López Guzmán

La higiene personal y colectiva es algo común en nuestros días en la mayoría de los casos. Las gentes gustan de ducharse, de los baños de espuma, de la depilación, de cepillar los dientes y de perfumarse. La historia, en su discurrir, nos recuerda los cambios y recursos para evitar enfermedades muchas veces producidas por la falta de higiene.

No habrá que ir muy lejos en el tiempo para recordar la ausencia de agua corriente en los hogares y menos aún del agua caliente. El mero hecho de abrir un grifo y que mane el agua fue todo un adelanto. Hasta los años cincuenta los hogares murcianos carecían en su mayoría de duchas y los más privilegiados gozaban de bañeras. La ducha diaria es algo más o menos reciente y en la memoria social aún se conserva el baño dominical en el barreño de zinc y el consabido cambio de muda. Si uno hace un esfuerzo memorístico volverá a sentir el dolor entrañable causado por el afecto materno al limpiar, con la toalla empapada en colonia, la trasera de nuestras orejas.

Productos de higiene desaparecidos en su mayoría poblaban las estanterías de los establecimientos del ramo. Perfumerías y droguerías dotaban a los hogares de todos aquellos productos de marca o a granel, necesarios para mantener una buena higiene. Así, y sirva como ejemplo, desde 1940 hasta 2014, la extinta Droguería Montoro en el murciana calle de Verónicas, nos suministraba de todos aquellos productos necesarios para mantenernos aseados y perfumados, tanto a las personas y sus menajes como a las viviendas.

Desde una lavativa para despejar el recto pasando por los colores de pintura más decorativos, hasta el ácido bórico en escamas para dar al marisco aspecto de frescura. Productos olvidados por los avances industriales y los usos, quedaron para siempre grabados en las mentes de muchos: el blanco España, el azulete para el lavado de la ropa blanca. El Método Sánchez Lafuente para evitar la calvicie, de rancia fabricación murciana. También, la brillantina en tubo Rielly, la roja crema de dientes El Torero para mantener unas sonrosadas y sanas encías, detergentes como Omo, Ese o Tutú pasaron a la historia. Y qué decir del jabón de palo siempre aconsejado por los dermatólogos de la época, el depilatorio Taky, con su característico olor a huevos podridos despejaba axilas, piernas y zonas nobles.

No olvidaré citar el papel higiénico El Elefante, que alteraba la sensibilidad de lo más oculto, los polvos Taka-Tac, fabricados en Cartagena, el jabón en escamas Lagarto, el Netol con el que dar brillo a metales y cetros procesionales, los condones Dólar para evitar enfermedades venéreas, sin olvidarnos de los preparados exclusivos de la casa, como un agua para cubrir las canas que gentilmente ofrecían Juan Silvestre Meseguer, junto a Rufinín y Pepe, bajo la atenta mirada del fundador don Rufino Montoro Gil que desde el mostrador observaba todos los movimientos del establecimiento, sin dejar de recomendar una buena piedra pómez o un estropajo de esparto con los que limar asperezas en codos y garrones.

Tiempos pasados que no olvidados, que conviene recordar en aras del siempre sufrido y entrañable comercio tradicional en una Murcia inmersa en un siglo convulso.

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