Opinión | De cine

Julio Pérez-Muelas Alcaraz

La aventura de Javier Ocaña

La aventura de Javier Ocaña

La aventura de Javier Ocaña

Javier Ocaña es un nombre bien conocido para todos aquellos que vivimos dentro de las películas. Sus críticas llevan 25 años esperándonos a la salida del cine y sus palabras se han convertido en una voz amiga con la que cruzar impresiones sobre los descubrimientos que de tarde en tarde nos ofrece la gran pantalla. Es fácil encontrarlo en cualquier territorio que huela a séptimo arte: en los quioscos, entre las páginas de cultura del diario El País, en el Hoy por Hoy de la Cadena Ser cada jueves o, si lo prefieren, en el programa Historias de nuestro cine de la Segunda Cadena de Televisión Española resucitando muchas de las obras olvidadas de la siempre infravalorada filmografía española.

Ahora, escribo con varios meses de retraso, regresa a la larga distancia literaria con De Blancanieves a Kurosawa (Península, 2021), un libro cargado de testimonios personales donde Javier Ocaña relata esa ‘aventura’ maravillosa de ver el cine en compañía de los hijos. De esta manera no es un texto que se limita al estudio de una rica colección de películas. Debajo de ese universo de naves espaciales, tiburones y vaqueros hay un padre haciendo juegos malabares para que sus niños se enamoren del arte cinematográfico.

Ya desde las primeras líneas el autor deja claro que a los pequeños no podemos imponerles nuestros gustos. Las pasiones no se despiertan con métodos militares. Tampoco esperen que sus hijos vayan a pedirles títulos de la era clásica de Hollywood si deciden quedarse de brazos cruzados. Se trata, por tanto, de una carrera de fondo con un sinfín de batallas que requieren de una enorme paciencia. Es en este sentido donde el relato de Javier Ocaña alcanza su nivel más emocionante. Ese viaje que comienza en Blancanieves y termina en Kurosawa está poblado de arenas movedizas. El escritor nos abre las puertas de su casa y nos invita a asomarnos a ese mundo de dudas, de dibujos animados insufribles, de recomendaciones demasiado tempranas en ocasiones y de preguntas sobre la edad adulta capaces de dejar fuera de plano incluso a un crítico de su altura.

Javier Ocaña no solo se circunscribe a sus hijos. Muy a menudo abandona su núcleo familiar y pone la mirada en la que fue su infancia y adolescencia en Martos. Es fácil imaginarlo por sus calles jugando al fútbol o escuchando música mientras va descubriendo los placeres del cine. Lo que comienza siendo como un entretenimiento va germinando a lo largo del tiempo y acaba transformándose en su medio de vida. De Blancanieves a Kurosawa es, de este modo, una buena muestra de lo que ha sido su oficio durante todos estos años en los que ha estado de cara al público. La manera en la que analiza los contenidos fílmicos y su punto de vista sentimental dan cuenta de que estamos ante un crítico que escribe siempre desde la fascinación tal y como lo transmite en los distintos medios para los que trabaja.

El estilo sencillo y directo al alma del cinéfilo con el que se mueve Javier Ocaña y, sobre todo, esa gran virtud para ir enlazando títulos con episodios autobiográficos hace que cada capítulo se tome como si se tratase de un asunto personal. En mi caso, el libro me sorprendió en un viaje de trabajo por Estados Unidos este verano. Su lectura fue un antídoto contra esa soledad que azota cuando se está lejos de casa. En sus páginas me encontré con mis hijos y con una larga lista de películas para compartir con ellos a medida que vayan creciendo.

Nada más terminar De Blancanieves a Kurosawa me quedó claro que Javier Ocaña, por encima de sus conocimientos cinematográficos y de su alto nivel literario, es un padre extraordinario. Para mí se ha convertido en un modelo de vida. Después de todo, no creo que pueda existir ningún triunfo equiparable con el de compartir pasiones con los hijos.

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