La Opinión de Murcia

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Por el talle

Pedro Cano en sus orillas

El río, el nuestro, se contonea a su paso por Blanca; se adorna y se gusta, se ilumina de color en los reflejos de los árboles en la orilla frondosa. Dan pie, provocan a la pintura. Y en aquel lugar hay un sublime artista que presta la atención y oye la llamada del agua corrediza. Pedro Cano enamorado de y con Blanca y de la vena que alimenta campos y huertas; rincones frescos en flor y por su lado, el río, anda en permanente seducción con el pintor. Gritándole, susurrándole. El caso es que la tentación gana y el pintor de Blanca baja a sus orillas con las acuarelas y los cartones o papeles; con sus cuadernos de viaje a las cercanías de su corazón.

Hace unos días, Pedro ha convocado sin suscripción, libremente, a los suyos, que son todos, niños, jóvenes o adultos, al convite generoso de acompañarlo a pintar al borde del agua, espejuelo de la vida próxima.

Decenas de artistas en agraz siguieron las siempre sabias instrucciones del maestro que va madurando excelsamente en su capacidad artística y en el talento que atesora y que cede gratuitamente, creando escuela, a su variada clientela emocional. Y les corrige y les aconseja que huyan del objetivo mas bonito; que cuiden de la armonía, de la textura variable de color donde caben luces y sombras, incluso humedades necesarias. Pintar nunca es fácil pero si de cerca, al oído, puedes tener el privilegio de la voz de Pedro Cano, la primera batalla del camino de la obra esta ganada. La palabra del maestro suena en eco, se siente felíz al hacerla llegar con garantías de emoción en el resultado. Unas decenas de discípulos han puesto sus paisajes sobre papel en el suelo en tierra de sombra; como una nueva cosecha de la lírica ocasión. Pedro sugiere huir de lo fácil para entregarse a una belleza total. Bajo estos pinceles, mas o menos madurados, nacen espontáneas realidades por un imperativo de jerarquía en los volúmenes impresionistas y en los que rebasan aquel estilo de aire libre y toques de lengua de gato y luz en acecho. Y Pedro mira con sus ojos sabios y plenos, las nuevas aportaciones de su enseñanza, y se reitera en sensaciones ávidas de objetivos cumplidos.

¡Cuánto lujo el que derraman ante nosotros estas figuraciones humildes de hojas y agua, rurales y domésticas! El paso aterciopelado de Pedro Cano, pintor desde Blanca para el mundo y a la inversa, ha bajado como casi todos los días, a la orilla del río, sin dar la espalda a las nuevas granadas que ya sonrosean sus mejillas dulces.

Este hecho didáctico que nace del amor a un oficio, a su aprendizaje y enseñanza, es un reflejo rev8elador. Un mimo en guardar lo valioso y trascendente; es el idioma idel arte, también hoy castigado por la mediocridad y la estulticia burócrata y política, como lo es en la misma característica, nuestro idioma.

Hay un silencio al paso de la corriente, río abajo se imaginan los barquitos de papel con florecillas silvestres de Tagore, y cada aprendiz de pintor pone su firma en la acuarela aún fresca, aún líquida que el aire y la brisa de la tarde secará con ahínco de viento.

Manifestado mi agradecimiento y admiración a este artísta excelso que se perpetúa en manos nuevas, en miradas recientes, sanas y lúdicas. El paisaje es propicio, el Museo y la Fundación Pedro Cano de Blanca demuestran la gran ocasión vivida y que se sigue sucediendo cada día con constancia permanente. Oferta que al espíritu engrandece. Es una suerte para nuestra Murcia este proyecto de continuidad que se nos propone como llamada a una auténtica exhibición del arte actual.

Ejemplaridad en la gestión, cumplimiento y diversidad. Talleres del alma. Color de vida. Y los que saben mirar van aprendiendo a quedarse con el misterio, el milagro y el ánimo saneado, pintando, mientras el río transcurre perezoso y lento, sin prisa, hacia el mar.

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