La Opinión de Murcia

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El retrovisor

Eterna romería

Romería de Murcia. Tomás

En los sesenta, aunque se piense lo contrario y como muestra la foto de Tomás captada en el Puente Viejo, no acudía tanto personal como en la actualidad. Será cierto que los que asistían acompañaban a la Virgen hasta su Santuario del monte. Ahora, más bien, los murcianos acuden a despedir a su patrona y la compañía a la Madre de Dios se nutre de vecinos de barrios y pedanías.

Sí es cierto que las romerías de antaño poseían cierto carisma que la modernidad ha olvidado, cosa de la evolución de los tiempos. La noche anterior a la romería septembrina creaba un ambiente de trabajo y diversión con gentes que pululaban en los alrededores del Santuario de la Fuensanta, para abastecer de provisiones a los romeros de la mañana siguiente. Los olivares aledaños, la empinada cuesta que sube desde Algezares se veían poblados de puestos de venta de sombreritos de cartón, bastones decorados, de cascaruja, de viandas varias y sobre todo de tragos para refrescar el gaznate.

Muy populares fueron en su día los puestos instalados por La Meseguera, donde se despachaba buen vino y fresca cerveza. El Serrano mantenía su puesto fijo durante todo el año, lo que confería cierta comodidad a la parroquia, aunque más tarde, tras la reforma del santuario y zonas anexas, pasara a mayores como bar restaurante en la alberqueña cuesta del Valle. Los había que acudían en galera o en carro, aunque la mayoría lo haría a pie por promesa, buscando la diversión o para llenar el estómago con un buen arroz y conejo, bien provisto de tomillo y romero cocinado en pleno monte. No faltarían la música de guitarras, las tortillas de patata, los filetes empanados, los pasteles de carne y las empanadas tan cómodas de transportar en las consabidas fiambreras. La gaseosa La Casera de Conrado Abellán enfriaba las gargantas de los más sedientos; botas de vino y botijos llenos de la típica ‘paloma’ serían imprescindibles para el aperitivo y alivio durante el camino.

Singular fue durante años la actividad del Conejo, hombre que gastaba sombrero de hongo a la antigua usanza y que en la víspera romera, cavaba hoyos en el suelo, ante la curiosidad de los mirones. Unas telas de saco y unos listones le servirían para construir letrinas donde dar rienda suelta a los estómagos más ligeros, y obrar aguas menores. Se comentaba, con ánimo de crítica por aquellas fechas, que por un módico óbolo te dejaba mirar por un agujero el culo de las señoras que allí operaban, aunque este hecho jamás fue confirmado.

Volteo de campanas, cohetes y tracas anunciaban la llegada de la patrona, que daría lugar al posterior desparrame por laderas y crestas para la ingesta. Cogorzas serranas que contrastaban con el fervor de piadosos romeros, promesas cumplidas: el Vía Crucis de rodillas; piedrecitas en los zapatos, oraciones para agradecer a la Virgen su mediación ante los eternos problemas que nunca serán pocos. 

Merece la pena recorrer la Vía dolorosa y recordar los nombres de las familias murcianas, extinguidas o no, que la hicieron posible. Inolvidables en este día don Bartolomé Bernal Gallego y don Juan de Dios Balibrea Matás, promotores de la reforma del Santuario, junto a distinguidos apellidos murcianos, en aquellos lejanos y felices años sesenta.

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