Pocas cosas más tristes que los últimos días de vacaciones, cuando quedan ya tan pocos que ni siquiera da tiempo a montar una última bacanal. Están llenos de señales que indican que es hora de retornar a la vida real. 

Nada más volver de viaje con amigos decidí poner el huevo en la casa de mis padres de la playa, aprovechando que mis sobrinos más pequeños ya no estaban por allí. Ya les hablé de ellos hace dos semanas.

Estaban los otros, no tan mayores. Lo primero que me dijo mi madre una vez puse el pie en la casa fue: «Carla está mala». Bueno, peor para ella. A los dos días el mal se propagó hacia su hermano Nono, el primogénito. Al día siguiente, la madre de las bestias también había caído. Cada amago de dolor de cabeza entre los sanos hacía saltar las alarmas. Sobre todo de mi hermano, cuya hipocondría le empujó a dormir en el sofá el resto de días.  

«¿Dónde están tus padres?», le pregunté a mi sobrino enfermo tras despertarme de la siesta y verme solo con él. «Mi padre se ha ido y mi madre está en su habitación, moribunda», me contestó el chaval. Le tengo que decir a mi hermano que no le dé más libros de Sartre.

Al día siguiente, a las 10 de la mañana, estaba conectado a la web de Live Nation para hacerme con una de las 200.000 entradas para ver a Coldplay en el estadio olímpico de Barcelona en mayo del año que viene. Nada más entrar en la cola virtual, a las 10.05 minutos, ya tenía 230.000 personas por delante de mí. Ello, unido a que el internet en la playa va y viene como el Guadiana, hizo imposible mi cometido. Conocedor de mi mala fortuna, mi entrada estaba también en manos de otros dos amigos. La victoria era nuestra y para las 14 horas ya teníamos nuestros boletos para el domingo 28 de mayo. Todo eran risas. Qué poco me duraron.

«¿Seguro que no tienes nada que hacer el 28 de mayo?», me preguntó minutos después una víbora envidiosa tras enterarse por Twitter de que iba de concierto. Es el día de las elecciones municipales y autonómicas. No están fijadas, pero son el cuarto domingo de mayo. Siempre. Intente usted, querido lector, explicarle al director de un periódico que el responsable del área de Política no va a trabajar el día de las elecciones. Yo no lo voy a intentar y apostaré por la reventa de entradas. Y por que una nueva pandemia obligue a retrasar la gira de Coldplay. No me miren así, también podría desear un golpe de Estado, lo cual me permitiría ir al espectáculo.

Estaba claro que mis vacaciones habían abandonado el lugar, así que me largué de la playa.

El primer día en la ciudad recordé que el aire acondicionado está averiado. Lo recordé porque a 35 grados uno se da cuenta de que el aparato no funciona como debería. Para qué me iría de la playa. El ‘hombre del aire’ me pidió que le enviara un WhatsApp con mi dirección. «Cuando tenga un hueco me paso». Con suerte, lo veré antes de la primera ola de calor de 2023.

Esa noche cené galletas porque no tenía nada más en casa que se pudiera comer. Galletas a unos 27 grados, no se olviden de lo del aire. El último domingo de agosto más triste de la historia. 

Y así, me encamino devastado hacia el 1 de septiembre. Lo mucho que me quejo para lo poco que me pasa.