La Opinión de Murcia

La Opinión de Murcia

Jutxa Ródenas

Erre que erre (rock and roll)

Jutxa Ródenas

Vísteme despacio

La ropa como alegoría a la mayor expresión de la mirada que abarca luz en un universo que nos desplaza o esconde un cuerpo. Lo seduce, cuida y protege. Pliegues, arrugas como metáfora de un tiempo que pasa intransigente. Colores ...

Confortable rojo o irritante amarillo, la calma del azul, la tristeza de un desgastado verde o la indiferencia por mucho que grite de un morado. Terminar agarrada a la opción de vestir de negro, con independencia y fuerza o para esconderse de un mundo que nos encierra en oscuridad, donde la mujer aún interpreta un papel secundario. El negro opresión que cubría los cuerpos de Angustias, Magdalena, Martirio y Adela enfrentadas por envidia, lujuria y odio, desafiando a la madre, Bernarda Alba, de negro por sus muertos, autoridad.

Nuestra ropa habla, nos ofrece señales que ningún otro sería capaz de entender.

Por esto de los pactos modernos, esta quincena no me pertenece estar con mi hijo, acato. He dormido cada día con su camiseta del París st Germain, hasta que noté como una noche se arrugada y el escudo me arañaba el pecho. Estás loca, pensé, una prenda de ropa no tiene vida, no puede darte malas noticias ni ponerte alerta. Decidí meterla en un barreño con agua tibia y suavizante para así paliar tanta rugosidad, tanta inquina repentina. Poco después, me enteré que mi hijo había pasado horas, demasiadas horas con un subidón de fiebre de 39,5, con la única compañía de unos monitores que apenas rozan la treintena y que sólo al ver que la calentura no bajaba, atinaron a llevarlo a urgencias. Me enteré casi tres días después, dejémoslo en olvido, no me da la mente para pensar que pueda existir alguien capaz de no avisar a una madre si su hijo está malito. Dejémoslo en anécdota, mi hijo ya está bien. Pero ni su camiseta ni yo podemos volver a sentirnos pluma, remanso y paz. Nos sentimos raídos, como abandonados, con la suerte que tienen las prendas de acabar convertidas en trapos para el polvo.

O aquella vez que medio convencida y (ya es cruel ir medio persuadida a elegir tu vestido de novia) me decidí a ello. Daba igual el tejido, ni el más sofisticado encaje de aguja , ni la más suave seda me abrazaban, hubiera dado lo mismo un pegajoso poliéster de corpiño poligonero que un diseño con el impermisible shahtoosh recién traído del Himalaya digno de vestir a Kunti, la más hemosa princesa hindú que se recuerde. Todos los vestidos me abogaban, se ceñian a mi cuerpo como las manos de Dennis Andrew Nilsen al cuello de sus víctimas. Las mismas que una vez ahogadas eran vestidas y maqueadas para convivir hasta desvanecerse con su verdugo. No se me ocurre metáfora más acertada para lo que hubiera sido mi vida si aquel malintencionado y ridículo enlace se hubiera celebrado.

Y eso es, escribo hoy esta columna casi desnuda. Los 45 grados alcanzados a medio día no ayudan más que a llevar puesto un holgado pareo. Reflejo fiel a cómo me siento. Libre y poderosa a la par que seductora y elegante, en el mercadillo de los sábados en Águilas me lo compré. Tan ligero como pasmina aun siendo de fresco algodón, transpirable y cómodo, jamás este tejido me haría un roce que no fuera de cariño.

Vistanse a su gusto, queridas. Pero elijan siempre la prenda adecuada, nunca sabes cuando tendrás que salir corriendo o estirar el tejido para cubrir a alguien que necesite mimetizarse con tu ropa, al que quieras abrigar.

Compartir el artículo

stats