La Opinión de Murcia

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Gema Panalés

Todo por escrito

Gema Panalés Lorca

Las aventuras del joven Vives (1)

Llegaba tarde otra vez. El armario estaba tan vacío como una piscina sin agua y tuvo que escoger su atuendo de entre el montón de ropa sucia que se había formado a lo largo de la semana. El ritmo de la redacción era tan exigente que apenas le quedaba tiempo para las tareas domésticas. Tampoco le daba la vida para ducharse. Ya era el tercer día.

Seleccionó lo único que olía medio normal de toda la montonera: camisa verde descolorida y sus pantalones cortos de explorador. Todavía le quedaban un par de calzoncillos y calcetines limpios. El olorcillo del resto de la ropa podía enmascararse con desodorante y una buena actitud.

«Nota mental: poner una lavadora nada más volver a casa».

Al llegar a la redacción, lo recibió un rugido de Augusta.

—¡Vives! ¡Ven ahora mismo a mi despacho!

Oír a la directora a primera hora era lo peor que te podía pasar. Su voz chillona e inquisitiva le penetraba a uno la cabeza como un martillo hidráulico. La resaca tampoco ayudaba. Él, que era de los que se mareaba con oler la sidra, había desarrollado una inusitada afición por el whisky, desde que llegó a la redacción de El Libertador.

—Dime, Augusta, ¿cómo está nuestra radiante directora esta mañana?

—No me seas zalamero y escúchame bien lo que te digo: como vuelvas a fechar mal las páginas de Región, Sucesos o cualquiera que sea la sección que pase por tus calamitosas manos, te levanto en peso. Pero, ¿se puede saber en qué estás pensando? Fíjate en la apertura: jueves (mal), 19 de julio (bien) de 2002 (¡MAAL!).

—Ehhh… Se ve que cogí maquetas antiguas y claro... Pero no volverá a ocurrir.

—Sí, sí. Eso me dijiste la semana pasada. Y la anterior. O prestas más atención o te pongo a hacer el Horóscopo. Quítate de mi vista y ponte a trabajar. ¡Ya!

Nada más sentarse en su mesa, el joven Vives sintió náuseas. La caótica montaña de papeles, libretas y periódicos viejos que le rodeaba parecía querer engullirlo.

«Nota mental: ordenar el escritorio hoy sin falta. Y comprar ibuprofeno».

—¡Ponte con la de la Tele, Vivales!— le gritó desde su despacho el redactor jefe.

Los teletipos de la página de Televisión eran los primeros que salían. La Esteban, Omar Montes, Estefanía de La Isla de las Tentaciones’... Apertura, faldón, caretos y la crítica de telebasura del marido de Augusta. «Así da gusto: para qué complicarse la vida cubriendo guerras en un Donbás cualquiera, cuando uno puede hacer periodismo de provincias… ¡Ay dios mío, qué calvario! ¿Por qué no me saqué una oposición como mi hermano?».

El monólogo interno del joven redactor quedó interrumpido por un nuevo alarido del redactor jefe:

—¡Vives, calienta que sales! Te vas a cubrir la rueda de prensa del Consejo de Gobierno.

«Por fin algo estimulante —pensó el joven redactor—. La veré a ELLA».

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