Olvídense del Mar Menor. Ya sé que también está para llorar, pero si quieren que el alma se les caiga a los pies visiten Emergencias de La Arrixaca. Comprueben como enfermos y familiares se deslizan por el lento paso de las horas entre la desesperación y la incredulidad en los barracones de obra donde se han instalado las salas de espera; con baldosas pringosas y removibles en el pasillo hacia el box; papeleras rebosantes por las esquinas; pantallas con el turno rodeadas de cables de todos los colores; camillas destartaladas a cada paso; personal tan hacinado como la sala que alberga a los que han recibido la primera cura y, por supuesto, servicios tan infumables que animaban a la incontinencia, con uno de ellos sin picaporte a modo de mirilla. Y, en momentos de la larga y tétrica noche, con más vigilantes de seguridad que médicos, que esa es otra.
Yo que me había inyectado en vena todo el Debate sobre el Estado de la Región de Murcia, con los largos discursos desde el resplandeciente Patio de las Comarcas de la Asamblea Regional, me di de bruces con la realidad. Qué mejor escenario para conocer cómo estamos que visitar la entrada de, nunca mejor dicho, nuestro hospital de referencia.
Hubiera bastado una visita de los ilustres parlamentarios regionales para comprobar, en su piel, donde estamos. Ahorrar en los múltiples asesores que pergeñan los discursos. También en elegantes vestidos y chaquetas y, por supuesto, en dietas, gasolina, palabrería y las pocas luces encendidas que emergen en nuestro atril parlamentario.
Nada mejor que bajar al infierno para enmudecer. O igual tampoco les hubiera cambiado la opinión, como no parece influir tampoco la situación de lo que debería ser nuestra joya de la sanidad pública a la hora de emitir el voto en las autonómicas.
Pasen, sin necesidad de tener necesidad, y vean que, por mucho que apunte el amanecer, no podrán cerrar los ojos ante una enfermedad que, ¡qué dolor!, parece incurable.
