La Opinión de Murcia

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La vida en un pos-it

Hildegart

La madre de Frankenstein se titula la última y extraordinaria novela que Almudena Grandes nos entregó a sus lectores. El personaje central está inspirado en Aurora, una mujer que intentó hacer de su hija un ser perfecto. El experimento, como el realizado por el doctor Frankenstein, terminó en tragedia. Hace unos años escribí este pequeño artículo sobre Aurora y su hija Hildegart.

La virgen roja. ¿Es posible crear un ser perfecto? Aurora Rodríguez, una mujer extravagante, de carácter indómito y defensora a ultranza del socialismo, estaba convencida de ello. Y buscó un padre biológico para su bebé. Un hombre guapo e inteligente. Se desnudó ante él, se tumbó sobre una cama, cerró los ojos y se dejó penetrar. Sin más. No volvió a verlo jamás. Nueve meses después, diciembre de 1914, nacía su hija Hildegart.

Prometió hacer de la niña la mujer perfecta; un ser superior dispuesto a liderar un Mundo Nuevo. Se entregó de forma obsesiva a su educación. A los tres años, Hildegart leía con soltura; a los cuatro, escribía a máquina e interpretaba a Mozart al piano. Antes de cumplir los diez, era capaz de conversar en inglés, alemán y francés. Pronto, comenzó a publicar tratados de sexología, que adquirirían repercusión internacional. La actividad política y periodística de la joven era frenética. A los dieciocho, licenciada ya en Derecho, empezó a estudiar Medicina. Aurora lo había logrado. «La virgen roja» llegaron a apodar a la criatura.

Pero a esa edad, el engendro decidió separarse de la tutela de su creador. Primero, abandonó el Partido Socialista y abrazó doctrinas más izquierdistas. Después, lo peor: se enamoró perdidamente de un muchacho. Ante la oposición frontal de su madre, que no estaba dispuesta a consentir que nada la distrajese de la misión de liderar al Hombre Nuevo, Hildegart amenazó con marcharse de casa. Aurora enloqueció.

Un amanecer, consciente de que algo había fallado en el experimento, decidió ponerle fin. Entró en el cuarto de su hija con un revólver y vació el cargador sobre su cuerpo. Después, al igual que hiciera cuando la engendró, cerró los ojos. Sin más.

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