La Opinión de Murcia

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Miguel Hernandez Valverde

El blog del funcionario

Miguel H. Valverde

Morir con dignidad en un hospital público

Cada día mas, la gente abandona la vida en la cama de un hospital; aquellos tiempos donde la gente fallecía de manera generalizada en sus casas pasaron, el hecho se ha convertido en algo extraño. Hoy, entrados ya en el siglo XXI, y en un país donde hemos avanzado en términos tecnológicos sanitarios de manera clara, tenemos aún pendiente avanzar en aspectos más humanos.

Morir en la habitación de un hospital público, mientras un compañero o compañera de habitación que jamás habías visto en tu vida, se convierte es un acompañante inesperado y extraño, donde tu gente apenas puede estar a tu lado, arrinconados, y que solo pueden entrar de dos en dos o de tres en tres, con una cortina de plástico como única frontera entre tu vida y el resto del mundo, debe dar paso a que la sanidad pública comience ya a plantearse muy seriamente que hay momentos en los que morir en un hospital debe ser más digno, más íntimo, más humano.

No cuesta mucho más dinero, ni se necesitan más profesionales sanitarios, simplemente más metros.

Una persona merece en los últimos días o semanas de su vida no tener que hablar con la mirada a los suyos, susurrar en voz baja o despedirte mientras a un metro otra persona agoniza con una botella de oxígeno como aliada.

Tarde o temprano, las habitaciones dobles deberían empezar a hacer sus maletas, y solo en casos de epidemias o pandemias, rescatarlas, igual que ocurre cuando una situación extrema llena pasillos y estares.

Y quizás la mejor manera de empezar a caminar en este objetivo sea cuando una persona comienza a morir.

Hoy en día es inhumano que te comuniquen un tumor, un fallo cardiaco o te cambien el pañal en habitaciones compartidas con gente que no has visto en tu vida y con la que seguramente jamás volverás a cruzarte; las habitaciones de hospital se han convertido en una confluencia de extrañas parejas que comparten dolor y penas, donde tu gente apenas puede sentarse en un sillón maltrecho en una esquina de la habitación, que en el mejor de los casos puedes estar contento por tener una ventana de amiga, y en el peor, te conviertes en el guardián de un cuarto de baño inhóspito y frío.

Esta sociedad, pacientes, familiares y amigos, pero también los profesionales sanitarios, necesitan intimidad, espacio y tranquilidad, y tenemos la suerte de que con un poco de voluntad podemos convertir nuestros hospitales públicos en zonas más amables, íntimas, saludables y, sobre todo, insisto, más humanas.

Cuando la pandemia empiece a escribir ya sus últimas hojas en los libros de historia, cuando recuperemos aquella normalidad, cuando afrontemos de una vez por todas la gran reforma de la Administración, en este caso de la sanidad pública, que necesitamos, alguien debería poner sobre la mesa apostar por hospitales donde cada habitación tenga solo una historia clínica que contar y tratar, y no dos desgracias que compartir.

La sanidad pública tiene una gran oportunidad, desde la atención primaria a la especializada, el sostenimiento del sistema, la calidad, las relaciones laborales, la temporalidad, en definitiva redefinir un nuevo modelo sanitario público, pero mientras ese debate se posiciona en el centro del escenario, algo que mucha gente está intentando, sería todo un detalle que comenzáramos porque la gente, nuestra gente, cuando está en un hospital, pueda sentirse más libre y más tranquila.

La frase ‘prefiero un hospital privado porque tienes habitaciones individuales’, debe dejar de ser patrimonio de unos pocos, y convertirse en realidad en el sistema público sanitario, el único sistema que nos hace más iguales, más solidarios, más humanos.

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