El uso intencionado de la maldad valiéndote que irracionalmente se ha ido sembrando en el otro a base de infundir miedo, amenazas, conmiraciones dañinas casi siempre silenciosas enfocadas a destruir a alguien que una vez fue de vital importancia para ti, denota que no llevas buena onda, te diré. Qué extravagante delirio debe ser convivir con un odio visceral agitado por el deseo irrefutable hacia quién se supone, debe formar parte de tu vida por la sencilla razón de que un día, aunque parezca remoto, decidieron tener un hijo juntos.

Personalmente jamás entenderé el afán de nadie por andar jodiendo la vida a otro, la ruin intención del dolor por el dolor, el mal compañero que causa sufrimiento gratuito en la autoestima del que se supone, ya no interesa. Es abrumador ese trato que no mide las secuelas que acontecen, y lo peor, que hemos llegado casi a normalizar, porque casi nunca pasa nada.

Y aunque llores o te rompas, pierdas el control, aunque tengas que hacer malabares para que tu autoestima no decaiga intentando no aislarte socialmente y sonriendo al mundo para que nadie sospeche que eres dueña de un profundo dolor, del más absoluto pánico, no das el perfil.

Tu ojo no está morado por un puñetazo, jamás te han tirado del pelo, por tanto, hermana, no tienes derecho a denuncia social. Debes mantenerte como todos quieren verte, una Gina Lollobrigida en La Reina de Saba (King Vidor, 1959), eres una hermosa mujer dotada de una gracia, inteligencia y diplomacia excepcionales, adalid del feminismo y defensora de los derechos de la humanidad. Si cumples alguno de estos cánones, la vida no te permite derecho a réplica. No valen quejas porque eres fuerte. Pero de todas las violencias conocidas, te ha tocado la más chunga, la más dañina y traicionera. La que no deja marca porque atenta contra las emociones, y la emoción no sangra.

Te ha tocado bailar un tango con la más fea y despiadada de toda la fiesta, y conoces la dureza y verdad que se cuenta en un tango. Esa danza que entrelaza a dos con sus roles de género bien definidos, en este baile, como todavía en muchas secciones de la vida, es el hombre quien crea y dirige. La mujer, en el mejor de los casos, lo sigue mientras aporta belleza y sensualidad. Pero bailar no duele, bailar libera tu energía y te hace sentir viva.

Todo lo contrario que engendra esa atroz manipulación de hijos e hijas al convertirlos en víctimas vitalicias, demasiado dolor el acusado bajo la permanente cuestionabilidad de una sociedad que permanece cómplice porque no tiene las agallas para gritar alto y claro que ¡con los niños no se juega!