La Opinión de Murcia

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Jutxa Ródenas

Erre que erre (Rockandroll)

Jutxa Ródenas

Carreteras secundarias

A los que no paramos siempre nos pasan cosas. Anécdotas que contar, otras para agradecer y muchas que mejor olvidar. Cada lección de vida es una enseñanza, no hay discusión, la cuestión cambia según el combinado con que lo agites. Ayer casi me quedo petrificada al contemplar el estado en el que quedó la furgoneta de la persona que me acompaña en este viaje que es la vida. El tío más bragado en la carretera, alguien que en pocos años ha recorrido casi sesenta países en moto estuvo a punto de no contarla. Y claro que hay culpables...

Niñatos que circulan con el cochazo que papá les ha regalado por carreteras secundarias a una velocidad descomunal. Esos a los que jamás les pasa nada pero son la razón del daño a otros... Carreteras secundarias, qué paradoja y qué injustas son. Vías olvidadas, endidas a traición por la mano negra de un lobby que cierra bocas a golpe de chequera. Y siento decirlo, pero no es baladí que nadie tenga que jugarse la vida cuando vuelve a casa tras una dura jornada porque no haya una luz que sirva para divisar el camino, una línea que separe los carriles o un arcén inexistente que no confunda asfalto y tierra cultivada.

No son de recibo en el siglo XXI estas infraestructuras desastrosas en una región que jamás dejará a un lado su fama de provinciana si cuando el trayecto a recorrer para llegar a tu destino es un camino de cabras casi intransitable. De traca, hermana, de traca. ?Y saben? Al final todo quedará en un recuerdo de luces, sonidos de grúa y amasijo de hierros. Una reminiscencia de miradas cómplices y agradecidas por no tener que lamentar una pérdida tras tamaña caída.

Porque esos niñatos que tras haber provocado un accidente huyen como rata por tirante, sin mirar por el retrovisor para comprobar que nadie esté herido, son la metáfora viva de los cobardes con quien nos ha tocado convivir mientras soñabamos con los ojos abiertos para dar una oportunidad al que jamás la mereció. Y porque ese equipo humano que procedió impasible a solucionar el desastre que una furgoneta volcada en mitad de la nada pudo provocar al caer la noche son, sin duda, gran estandarte de honestidad. Personas enérgicas, curtidas tras mil batallas de salvamento a pie de cuneta, capaces de bromear en la más absoluta adversidad si comprueban que no hay una gota de sangre o un miembro amputado tras apartar el acero recolectado.

Y no tener que escribir jamás una canción cómo hiciera Joey Ramone en el corte 8 de su Pleasant Dreams, esa fatídica 7/11 que narra el accidente mortal de su chica cuando un descerebrado, seguramente niño de papá con su coche de alta gama, conduciendo a gran velocidad por una carretera secundaria, hizo que se saliera para no volver jamás. Nosotros no tenemos nada que lamentar y sí mucho para seguir celebrando.

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