Y busqué y busqué, como Rozalén, y no encontré ni la sombra de una botella de cava. Sonó la última campanada y brindé con vinagre. Ni tan mal, me dije apurando la copa fina de la bisabuela. Entré en trance. Mi mente cayó en barrena. Mil ideas sacudiendo brochazos indescriptibles. No recuerdo las montañas que subí ni las olas que me alcanzaron, pero me recuerdo dando una ponencia agarrada a un atril de regaliz (del rojo, claro) defendiendo la grandeza y las virtudes de la Región de Murcia. Fantasía. Empecé mi discurso comentado que, en el año de Sofía Cristo, yo les iba a defender las propiedades de la ensaladilla y despejar así cualquier duda de porqué es en esta Región donde hay que poner la intención de conocer una tierra cien. Así comencé. Bien amasadita, les decía, con ni poca ni mucha mayonesa; con los variantes justos, para no pasarse ni quedar cortos en sabor, poco huevo, mucha patata… y como colofón: la teoría del tres. Tres son las aceitunas que se han de colocar cuando la montaña perfilada de ensaladilla llega al final de su evolución. Tres, y con el agujero hacia arriba si son de anchoa. ¿Un brindis? ¡Ojo si tienen hueso!