Opinión | De vuelta

El liguero

Mi generación, o mi clase social, no sé, llegó tarde al liguero. El liguero, según intuyo, fue el fetiche erótico en una época en que el erotismo aún no existía en España. En España existía el sexo pecador, la postura del misionero y la eyaculación precoz; cuanto más precoz, más macho, que era la categoría dominante de la época. El liguero era el pecado intrínsecamente considerado. El pecado hecho objeto.

Ya después, se inventaron la ‘enteras’, hasta la cintura, y el descuelgue de las medias fue solucionado por la tecnología. Una tecnología que se llevó también la costura en la retaguardia de las piernas, que eso sí que era erotismo fino, por mucho que fuera necesidad de confección. Se perdió el liguero y la costura posterior, y eso que se fue por el sumidero de los pecados, sin ser pecados, ni nada.

Para mi generación, así considerada en mayoría, el liguero fue Historia, ya digo. Se fue el liguero y no lo sustituyeron por nada. Y hoy nos tenemos que conformar con verlo en las películas retro, vintage o eso de blanco y negro con mucho brillo. El liguero pide a gritos blanco y negro. Los gozantes del liguero, en su tiempo, lo verían en colores. Pobres. Tan pobres como nosotros, viéndolo solo en las pelis antiguas. O falsamente antiguas, que da casi igual. Hoy, el liguero es residual.

No voy a describir un liguero desde la cintura hasta las hebillas (¿eran hebillas?) que sujetaban la media. La verdadera media, que acababa a mitad de muslo. Como debe ser. En la pantalla todos los ligueros eran negros. O en la escala de los negros, por todos los grises hasta el blanco, que era liguero de novia. El liguero de novia no era pecador, ni nada. Cosa de ángeles, incluso. Lo cual es pecado, pero por la otra vertiente del volcán, que arroja lava siempre por el mismo lado. Y perdón a los palmeros por la frivolidad.

Una pierna de mujer, subida a una silla, con la rodilla doblada según el arte de cada una, mientras procede a desabrocharse, o lo que sea, el liguero era lo más excitante que había. Es escena muy recurrida y recurrente por los cineastas de todos los tiempos. La señora Robinson, de El Graduado, ya no usaba liguero. Un ritual erótico, que sobrepasa en vicio a la vulgar coyunda mercenaria. Y es que el camino siempre fue el verdadero objeto de la peregrinación, y no el destino mismo. Como se dice en La Celestina, «lo al, mejor lo hacen las bestias en el campo». Lo ‘al’ es lo otro, la coyunda en sí. Pobrecitos los animales. No sé si su cortejo es erótico o no lo es.

Ya está.