Una vez alguien le preguntó a Cher si no se consideraba demasiado mayor para cantar rock. Y ella, sin que se le moviese una pestaña contestó, altiva, que mejor hablase de ese tema con Mick Jagger. Zasca sublime el que la diva supo encajarle al osado insolente por el forro de la escuadra. Y es que aún sorprende que, para muchos, el número de años cumplido, sea la excusa que difiere en hacer según que cosas, el miedo al rechazo que impone el tiempo es casi lo peor que nos puede pasar. Los prejuicios o la inseguridad cuando se supone que volvemos de saltar barreras en mil batallas. 

El primer día que dejamos pasar un proyecto o cumplir un deseo con la excusa de los años, deberíamos considerarlo trágico, aunque siempre merodee cerca ese artífice que consiga tajar nuestro vuelto, cuando no seamos nosotros mismos quienes seccionemos las alas que la vida y sus momentos nos abre. Esta semana he asistido, muy triste, a la despedida de personas importantes. Almudena Grandes nos dejó con 61 años; y mi primo José Luis se ha marchado apenas rozando los 40.

De ella aprendí a ver la historia de nuestro país a través de la sensibilidad de su mirada, siempre imponiendo como lucha social la épica del perdedor, en una España donde ser mujer y escritora cuesta un chingo. También me enseñó a explorar la sexualidad femenina. Recuerdo leer Las edades de Lulú junto a mis amigas del instituto; fue una tarde en la que el tiempo dejó de tener valor puesto que creamos para más tarde ver la película una especie de búnker que acabó siendo nuestro universo particular para disfrutar de esas lecturas y ese cine prohibido. Aprendimos a no idealizar la vida sexual que nos esperaba, de la decepción y el dolor que rescatamos en sus lecturas nos advirtió la Grandes.

De mi primo aprendí lo que significa el amor verdadero. Una maldita enfermedad fue paralizando cada músculo de su cuerpo de la manera más cruel. Pero él jamás perdió la sonrisa ni las ganas de vivir, aún viviendo en ese estado. Resistiendo cada embestida que la vida le atizaba con el coraje que conlleva superar la derrota sin perder el corazón. 

Y cada día sintiéndose amado y cuidado por la mujer que lo conoció siendo el más guapo de la fiesta, ese chulazo que aparcaba su deportivo y entraba a las celebraciones familiares poniendo a todos a danzar. Sandra jamás soltó sus manos, ni cuando éstas resbalaban por no tener aliento para apretar. Si eso no es amor, si abrazar contra toda adversidad no es amar, que baje Dios y lo vea. 

Estoy segura y convencida de que, de habernos podido dar un simple consejo ambos hubieran coincidido en el mismo: anda, olvida tu edad, ve y vive.