Salir de trabajar, llegar a tu hogar y que alguien te ande esperando debe ser de lo más común. Tal vez suerte, privilegio cada vez concedido a menos agraciados. Por imperativo de restricción nos han impuesto vivir en compañía de muy pocos, que no significa estar sola, pero sí. La sensación de vacío nos golpea y es un estado realmente feo.

Anoche volvía a casa tras una guardia interminable; casi cincuenta pacientes pasaron por el triaje de urgencias, más de la mitad solos y el resto acompañados por un amigo o familiar. ¿Continuará esta moda cuando expiren las normas o prevalecerá el luto del aislado transeúnte que ahora somos?

No acompañaba la música para este regreso de bajón que me custodiaba, sonaban Strange days (The Doors) precedida por Ghost Town (The Specials). El lumbrera que escogió la lista aleatoria para esa radiofórmula se había cubierto de gloria. Lo imaginé taciturno, medio pálido, comiendo compulsivamente algo insano mientras editaba el mix bajo la luz de un flexo. Tal vez por la mañana salió a pasear sin saludar ni pararse a hablar con nadie. Quizás a la vuelta entró en el súper a comprar comida envasada sólo para uno. La era de la monodosis como concepto. Seguramente tendría uno o dos gatos y viviría en un estudio lúgubre con apenas un salón que haría la función de cocina, comedor y tendedero de ropa, pues no tendría más que una ventana que miraba a un patio de luces igual de sombrío que su existencia. Tuve claro que su baño era interior y oscuro cuando la canción que sonó antes de que la publicidad anunciase una web de citas para solteros exigentes fuera Insolation, de Lennon. ¿Qué alma despiadada habría arañado las entrañas de este maldito pinchadiscos de emisora local para que tratase a su público con tan poca benevolencia y tanta inquina contenida? Reflejaba, seguro, a más de un oyente.

Abrí la puerta de casa y nadie me esperaba, a pesar de tener luz, limpieza, pulcritud, espacio, amplitud y varias habitaciones para compartir. Y fue en ese momento cuando empaticé con el que me había amargado el camino de vuelta con sus funestas canciones. Sentí ese vacío que atemoriza y es atrayente a la vez, un compañero de vida que en este momento convive con, sobre y tras muchos de nosotros. 

Y pensé en las palabras pronunciadas una vez por Chavela Vargas: «Lo supe siempre, no hay nadie que aguante la libertad ajena; a nadie le gusta vivir con una persona libre. Si eres libre, ese es el precio que pagas: La Soledad».