Hay una zona muerta en el parking de Verónicas en la que la temperatura roza los cincuenta grados. Es como un agujero negro de calor que gira en círculos entre junio y julio. Paso por el filo del bucle abrasador buscando las escaleras para salir al solazo de mediodía, que ya pica en las calles que rodean el Mercado. Aún reverbera el eco del trasiego de la mañana en el interior. Puestos cerrados. Persianas de aluminio y un par de conversaciones en las que agoniza la larga mañana en la plaza de abastos. Aún así, el paseo por el interior refresca y contrasta con el vórtice de hedor de asfalto del aparcamiento. La ciudad sigue desperezándose tras los cuatrocientos días más raros de su historia, y es bonito verlo. Sentir cómo crujen las calles que siguen volviendo a la urbanidad. Es lo más bonito de todo en la vida, aprender a disfrutar miles de cosas de las que no éramos conscientes. Este es el mayor regalo de la pandemia, y aún tenemos que seguir estirando ése desvencijar de las sensaciones rutinarias. Porque la rutina, ya no es rutina. Se celebra más. Siempre ganamos.

Callejeo por el borde de la antigua muralla y recuerdo un brindis con Verna cuando los Moros y Cristianos me hicieron pregonero allí mismo. Sonreír en sitios por los que pasas porque te caen recuerdos bonitos. Nada mejor para describir lo que es pasear cambiando el rumbo lógico de las pequeñas rutas hacia los sitios: Lo que me gusta eso. Volver al Bar Verónicas es emocionante. Siempre lo es volver a bares que habían cerrado. Volver a bares de barra metálica en los que resuena el bolito cargado y explota la espuma mágica de la primera cerveza fría que visualizaste al bajar del coche y recibir el puñetazo del vórtice de calor puro de subsuelo. Súmale volver a la sensación de bar con amigos y liberar el mecanismo de rapidez mental. Y tenemos un menú con el que podemos perfectamente convertirnos en lo que queramos.

Tres chicas brindan con bolitos cargados y revisan bandejas de ración plateadas y ovaladas, sobre un mantelico de cuadros rojos y blancos. Rasta. Piercing. Tatu. Ojos claros. Sonrisas pausadas. Tiempo detenido. Dame barrio castizo en 2021 en vena que nos pasamos instagram si nos apetece. El rollazo casi se puede ver como en los comics el rastro de un muslo de pollo sabrosísimo. Brilla Murcia en la esquina más castiza de su barrio histórico. Y suena a canción de Viva Suecia. Allí está Samuel. Con su gente. Con su cocina. Con su nuevo bar bar bar. Así, tres veces dicho. Con la ilusión de todos los que empezamos allí a ver la luz de un nuevo día. Y brindamos por el lunes platónico. En el Bar Verónicas inauguramos una nueva época, como si hubiéramos pasado de un milenio a otro. En un lugar en el que se puede tocar en el aire que pasarán cosas bonitas y raras y maravillosas y sabrosas. Vendrán de Nueva York a probar las salchichas con puré, y que a nadie le sorprenda. Seguimos saliendo. Magia en Verónicas. Vale.