Pegó un bote cuando conoció los buenos datos del paro de mayo. Consideró un ‘triple’ que España recuperara los números anteriores a este tiempo muerto del Covid19. Y, con el mismo optimismo, consideró que la Región de Murcia también volvería pronto a los registros previos a la pesadilla.

La red laboral extendida en forma de Ertes protegió los puestos de trabajo, víctima colateral de la terrible pandemia.

Comenzaba una nueva era y comprendía que hasta ahora había que estar centrado en el enemigo para no perderlo todo. Apartados del juego vital, en alarma, alerta y con unos brazos caídos que felizmente se despertaban tras recibir la vacuna.

Los primeros datos indican que vamos a ganar el partido. Que basta con desentumecer el cuerpo y la mente para dar la vuelta al marcador.

Además, bajo la tutela europea nuestro país será ‘dopado’ con cientos de millones de euros para obrar el milagro de revertir la desigualdad social y territorial, relanzar el medio ambiente, abrazar la digitalización y hacer posible que sea indiferente si eres jugador o jugadora.

En la pizarra, la estrategia parece acertada y los entrenadores prestos, pero las canastas se antojan muy altas para dar una oportunidad a los tres millones o 100.000 parados que sufrimos en España y la Región de Murcia, respectivamente.

Son muchos los tapones de un sistema anclado en sectores de escaso valor añadido, como son los servicios. Tanto las malas como las buenas cifras para salir del atolladero, durante las últimas décadas, giran en torno al turismo y no parece que, al menos por ahora, se haya ideado una alineación distinta de actividades a nuestras señas de identidad, con una muy escasa altura industrial.

Más bien, nuestra economía sigue al vaivén del cielo, una gran parte sumergida, con empleos tan precarios como bajos sueldos y con una juventud que espera desesperada la pelota.

Ojalá haya rebote.