La primera medida de López Miras consistió en declarar la alarma en la costa murciana porque, libre la Región hasta ese momento del pánico del coronavirus, a sus playas se habían desplazado el pasado fin de semana unos cuantos madrileños domingueros, entre ellos un anciano, ya contagiado, que se había paseado de compras por La Manga antes de rendirse a los servicios sanitarios.

El presidente salió a defender al pueblo murciano frente a la invasión exterior, y se proclamó adalid del millón y medio de murcianos, empleando la primera persona del singular, como si se tratara del ungido de los dioses. Actitud tan decidida y en tono tan enfático fue inicialmente bien vista por la concurrencia, pues la sospecha generalizada acerca de lo que se avecinaba hacía necesario que alguien hiciera algo, y por aquí somos mucho de quien se pone los correajes.

López Miras hizo además algo insólito después de la era Rajoy: se puso a los pies del presidente del Gobierno de España, a pesar de que éste se llame Pedro Sánchez y sea de un partido distinto al suyo. Añadió, aunque sin querer, un chiste, al asegurar que acataría el Estado de Alarma si el monclovita lo declarara, algo sobre lo que estaba advertido que sucedería poco después y sin lo cual no podría haber cerrado por sí mismo los establecimientos de la costa.

Al día siguiente, tras la declaración prevista del Estado de Alarma en España, López Miras volvió a dirigirse a los murcianos para decirles, más o menos, que no lo habían entendido, que no se refería solo a la costa, sino a toda la Región, y que el confinamiento no era solo para protegerse de los autodesterrados madrileños sino a causa del virus circulante que no entiende de fronteras. Desde entonces, el presidente de la Comunidad aparece en público parapetado por su consejero de Sanidad, Manuel Villegas, sobre el que recae la autoridad moral y la confianza ciudadana, gracias a su competencia profesional, una cualidad insólita en lo que se refiere a una buena parte de las carteras del Gobierno regional, incluido el propio presidente, más que nada porque no ha habido posibilidad de contrastarla en el mercado de trabajo.

Este acceso de estadista del presidente murciano, que se echó a faltar en el caso del Mar Menor, contrasta de manera muy evidente con la actitud de la dirigencia nacional de su partido. Si Pablo Casado reprocha al Gobierno central su tardanza en tomar medidas, el presidente murciano no puede seguir ese discurso, ya que no está en disposición de exhibir una actitud de advertencia previa a la toma de decisiones de Pedro Sánchez. El PP juega, pues, a dos bandas: la dirección nacional, contra el Gobierno de España, porque desde la oposición se trajina esa previsible actitud, pero no está en correspondencia con las decisiones en los territorios que, como Murcia, gobiernan los populares.

De hecho, López Miras, para significarse y paliar su pecado original de desentendimiento, sobreactúa con declaraciones radicales acerca de la reducción de la movilidad ciudadana, lo que le ha merecido los inesperados aplausos del presidente de la Generalidad catalana, Torra, que ha encontrado en el murciano un aliado para su discurso sobre el aislamiento territorial, como si los virus entendieran de las líneas trazadas en los mapas. Es lo que suele ocurrir con los conversos: pasan de la nada al todo, y en ese trayecto se encuentran con compañías tan insólitas como indeseadas.

Hay otros asuntos en este contexto por los que López Miras ha de callar. Por ejemplo, adentrados en la actual situación de crisis por la paralización de la mayoría de las actividades económicas, se podría recordar el plan de la Administración popular para la simplificación y digitalización administrativa, tanto en la Comunidad como en los pequeños Ayuntamientos, dotado en su día con catorce millones de euros y que duerme el sueño de los justos, pues esos recursos han debido ser desplazados a otros menesteres. La consecuencia es que la Administración está poco dotada, en las actuales circunstancias, para el teletrabajo y la agilidad de procedimientos con métodos no presenciales.

Basta hablar con determinados funcionarios en puestos decisivos del staff administrativo. De aquel proyecto, de la propia Administración del PP, incluso dotado económicamente, nada se sabe. Uno de esos gestos para la galería, una vez que el presidente cambió al equipo que lo diseñó.

El problema del Gobierno López Miras es que el coronavirus, de un modo u otro, será salvado, aquí en y en cualquier otro lugar, por la consistencia del sistema sanitario público, a pesar de su desasistencia de medios en estos lares, pero después vendrá el desplome económico, y para esto no hay a la vista una estructura política confiable. En este trayecto, de apenas una semana, el consejero de Hacienda, Javier Celdrán, ha estado entretenido en convencer a sus socios de Ciudadanos para que validen a ciegas el pliego del concurso público de televisión autonómica que habrá de adjudicarse a la productora amiga Secuoya, tras la que aparecen muy reconocibles conseguidores, alguno de ellos empotrado en el propio Gobierno.

Y esto, a la vista de todos, confiando en la omertá de los intereses concurrentes en esta operación. El Gobierno, pues, no está mirando al futuro próximo del desbarajuste económico general que seguirá a la conclusión de la crisis sanitaria, sino que se limita a ajustar sus compromisos particulares con empresas y agentes próximos.

Tal vez sea por esto que López Miras, por increíble que parezca, haya cambiado su toletole (‘la culpa de esto y aquello la tiene Pedro Sánchez’) para ponerse en disposición amigable y colaborativa, ya que el futuro de la estabilidad económica regional dependerá de los recursos nacionales, pues la caja autonómica está, no solo vacía, sino endeudada al extremo sin que existan pretextos sólidos que justifiquen tamaño desajuste.

En realidad, podría decirse, en la lógica de San Esteban, aquello de que no hay mal que por bien no venga: dado que el Gobierno regional carecía hasta ahora de toda política económica, la crisis que se derivará del coronavirus ofrecerá un marco que rebasará las posibilidades del Gobierno regional. Será el Estado el que se encargue de todo, de tal manera que vendrá a resolver la incompetencia de los gestores del Gobierno murciano. Pero como toda acción desde arriba suele ser insatisfactoria, dará alas a López Miras, una vez superada la crisis sanitaria, para recuperar su discurso habitual consistente en proyectar sus deficiencias como gestor al enemigo exterior, en la confusión interesada entre reivindicación sensata y llanto por la propia ineptitud.

Del coronavirus nos salvará el sistema sanitario público. De la crisis económica consecuente no habrá salvación. Con este presidente regional, digo.