Después de haber bajado a los infiernos a preguntar a Orfeo por lo que tiene de verdad la creación, regreso sin respuestas pero con la conciencia lúcida de que nada que yo diga no habrá sido dicho ya por otros, y de un modo mejor, con más acierto estético e impulso literario. Regreso sin respuestas, como siempre volvió el hombre de cada travesía, pero habiéndome autoexplorado y no siendo consciente de que, al igual que el viaje, el regreso puede ser doloroso. Lo será, estoy segura.

El arte es para aquellos que están rotos por la vida. ¿Qué es estar roto? Más tarde lo aprendí pues siempre es luego cuando el dolor se aprende. Hay como un tiempo de la vivencia en el dolor y otro de su recuerdo, que es ya la postrimería del sufrimiento. El dolor no se pliega a concesiones. Y el arte menos, hecho del dolor y del milagro del canto. Esa brecha que horada la vida del artista es su obra a posteriori. El arte es una conversación con los muertos, escuchar con los ojos a los muertos. Quevedo me lo enseñó. Porque los muertos nos hablan. Dicen palabras de luz y de tiniebla y a veces los oídos de los vivos captan su fino timbre, los ecos de otras voces en que se sedimenta la cultura.

El arte es como un golpe al corazón. Una punzada de la que el corazón sale fortalecido. La inteligencia apenas atisba los vuelcos del miocardio. La escritura es contraria a la plenitud, es un camino penoso de guijarros y tortuosas sendas. Es la lectura en cambio la plenitud en sí misma, el despojamiento del mundo para asistir a lo valioso de la vida. En la lectura estamos a salvo. En la escritura corremos peligro, de fallar, de caernos por las palabras, de precipitarnos en el temblor de las frases.

Leer tiene las propiedades de la luz: alumbra y da calor al corazón. Escribir se parece a un glaciar de hielo: ensombrece y congela las entrañas. Pero insistimos, los escritores insisten. Quieren congelarse en el misterio del iceberg. En la lectura el vaso está lleno. En la escritura, siempre vacío. Leer es alimentarse. Escribir, vivir hambriento. Leer es ponerse la ropa. Escribir, despojarse, desvestirse, exponerse desnudo, pero en los malos libros el desnudo es impúdico y la vergüenza nunca es eximia. Leer es sumar. Escribir es restar. Leer y escribir, enriquecerse con lo uno y lo diverso.

Pero pocos están dispuestos a este desafío: quedarse desnudos, tocar el fango, practicar operaciones algebraicas. Y sin embargo, no existe otra manera de vivir. Escribir es más insondable que el misterio de las matemáticas. Escribir se parece mucho a la vida, pero no es la vida. Es seleccionar los fragmentos más dignos de una vida. Aquilatar la vida. El arte es la cicatriz de la vida. Ningún camino artístico es otra cosa sino fosforescencia y ardor. Escritura sobre papel de lija. Superficie rugosa que el artista modela con quietud y paciencia.

Arcilla luminosa.