A mí las conmemoraciones me dan cansera, te lo digo como lo siento, pero hoy no me escapo. Este mes se cumplen 50 años desde el mayo del 68, y, además, hoy hace 7 desde el 15M. ¿Y yo qué digo ahora? ¿Hago balance y resuelvo la papeleta? Pues no. Porque para cuadrar un balance hacen falta un contable y una cuenta, y ni yo tengo nada de lo primero ni estos acontecimientos, tan relacionados, empiezan y acaban en sí mismos, sino que forman parte de algo mayor, que pervive entre hitos. Lo explica mejor que yo Juan Gil-Albert: «La rebeldía es la sal de la vida. No es necesariamente vocinglera. En ocasiones, y en algunos, reviste forma silenciosa y aterciopelada. Es la indesarraigable».

Sabemos conmemorar los nacimientos, las defunciones y algunos ritos de paso, como, digamos, una boda. Pero no los enamoramientos. Conmemorar un flechazo implica, de alguna manera, encerrarlo en el pasado, tras una vitrina de nostalgia. Quienes bailamos en 2011 sobre las grietas de un régimen que se fracturaba hemos aprendido, lógicamente, mucho en esta larga década de crisis y estafas. Tal vez nos hemos dejado algo de optimismo y mucho de ingenuidad por el camino, pero el amor por ese país que vislumbramos, al otro lado de las grietas, sigue ahí, intacto, gracias.

Casi tan indesarraigable como ese amor nuestro es la vieja jerarquía, su alergia al cambio, al bien común y a las demandas plebeyas, ese poder ubicuo que Foucault visualizaba «en su forma capilar de existencia, en el punto en que el poder encuentra el núcleo mismo de los individuos, alcanza su cuerpo, se inserta en sus gestos, actitudes, sus discursos, su aprendizaje, su vida cotidiana». Aunque parezca increíble, aún hay que recordar de vez en cuando que el objetivo del 15M no era ni derrocar a tal o cual partido ni constituir uno, que la impugnación era mucho más amplia e iba mucho más allá del marco de lo electoral. Hoy va a haber que hacer mucha de esa pedagogía. Seguramente esa es la razón por la que me dan tanta cansera las conmemoraciones.

El neoliberalismo, si te fijas, nunca conmemora nada. Se limita a mutar. De guate Macri a guate Macron, la hoja de ruta para ellos parece ser ahora girar hacia lo autoritario, lo identitario, lo reaccionario. Han detectado oportunidad de negocio en esa amplia retórica del miedo y el Make (*tupueblo) Great Again. La endeble 'recuperación' económica que deja fuera a sectores completos de la población no es lo bastante sexy, lo que se lleva esta primavera es combinarla con la bandera, las fuerzas armadas y de seguridad y la creación de enemigos internos y externos a los que sacudir con ellas. Surgen aquí y allá, por toda la vieja Europa, pequeños Trumps bien peinaos que esperan hacer caja electoral avivando los odios correctos, que es algo que hasta hace poco solo hacía la extrema derecha, un poco por costumbre un poco por no saber hacer otra cosa.

Por eso, los quincemayistas murcianos no nos reunimos hoy en la Glorieta (a.k.a. Plaza de la Revolución del 15 de Mayo) a echar nostálgicos discursitos conmemorativos, como ayer y como mañana nos vamos a las vías a buscar grietas en ese inminente muro del AVE que partirá nuestra ciudad, o nos unimos a los pensionistas que están diciendo basta, o a la marea verde que trata de poner freno a la privatización de nuestro sistema educativo, o a todas esas mujeres que empujan para tumbar el patriarcado que rige el país.

Un trabajo largo, difícil y sin medallas que ganar, una lucha que cambia de frentes pero sigue siendo la misma, un amor indesarraigable, a veces vocinglero y otras silencioso, hacia esa revuelta indefinida que llamamos vida.