Cuando eres joven e irresponsable abrazas el sueño de salir de casa de tus padres para ser autónomo en tus decisiones, pero cuando creces y te tienes que ganar la vida descubres la dureza de tener que sostener esas ansias de libertad con tus propios medios: se acaba el chollo.

Por eso me inquieta saber qué se esconde tras el obtuso propósito de los separatistas catalanes, abocados a una salida suicida por el empecinamiento que sostienen. A mi juicio, les salía mucho más rentable seguir lamentándose como antaño sin provocar la que están liando.

Del independentismo a la independencia va el abismo que separa el arte de reivindicar (y de quejarse) del de manejar las propias cuentas, pagar tu manutención, el alquiler de tu apartamento, la barra de pan cada día o tus carreteras y colegios.

La vida te va limando aspiraciones y soberbias, y el paso del tiempo te hace ver lo duro que ha sido convertir en realidad aquella quimera de juventud. Pero erigirse en adalid de la independencia para Cataluña es algo más complicado y no entiendo hasta qué punto les compensa. Nada más falso y traidor que arrogarse el sentimiento de la mayoría de los catalanes, que no quieren dejar de ser españoles.

Si lo que buscan es hacer héroes, solo los reconocerán los mismos que vulneran las leyes, y que les vaya bonito entre rejas. El resto, que somos muchos más, estamos encantados de formar parte de la Unión Europea, mejor que reivindicar el sentimiento cateto del terruño.

Quizá mañana, nuestros hijos o nietos asistan al triste escenario de contemplar cómo se desgaja nuestro país, pero no ahora, cuando una minoría insidiosa quiere imponer a la mayoría silenciosa lo que no tiene pies ni cabeza. Y a ver si encontramos un momento para que el clan Pujol devuelva lo que debe.