Las palabras surgen de la necesidad, como de la necesidad dicen que surge la virtud. Y de la necesidad de estos nuevos tiempos de populismo demagógico y tramposo ha surgido la palabra que ha merecido el galardón de 'palabra' del año por parte de la autoridad académica de la lengua inglesa: 'postverdad'.

Y es que los acontecimientos recientes y sus protagonistas, que no quiero ni nombrar por que sus nombres, deben estar ya agotados de tanto usarlos, son una manifestación evidente de que la verdad de una afirmación ya no se considera una característica necesaria del discurso político. Lo que quieren los partidarios de su líder es que les diga lo que quieren oír, aunque esto no sea estrictamente verdad.

Los comunistas siempre fueron unos auténticos adelantados a la hora de manejar la verdad de forma amplia y acomodaticia. El materialismo dialéctico establece que el pasado debe reinterpretarse a la luz del presente, o lo que es lo mismo, la historia es verdad o mentira en función de lo que interese en cada momento. En su libro 1984 Orwell describe un Ministerio de la Verdad (que era justamente el Organismo encargado de la Falsificación de la Verdad), que se dedicaba a reescribir los periódicos del pasado y los volvía a imprimir para demostrar que siempre habíamos sido enemigos de los enemigos actuales, aunque en realidad éramos enemigos de nuestros actuales amigos.

Síntoma de esa facilidad con la que se manejaba una doble verdad, en la Unión Soviética existían dos periódicos cuyas cabeceras se traducirían igualmente al castellano como La Verdad, y que se llamaban respectivamente Pravda e Izvestia. Uno era la verdad oficial, el otro se suponía que correspondía a la verdad cotidiana para consumo del pueblo. Como diría el ínclito expresidente, por muchos años, Zapatero, uno reflejaba 'la verdad' y otro 'la verdad verdadera'.

La postverdad es un subproducto de la necesidad de reafirmación y también del espectáculo que exigen las masas. Además de que se nos digan las afirmaciones que queremos oír, aunque sean falsas, con el fin de reafirmar nuestras convicciones, también necesitamos entretenimiento, ya que la vida de las masas es muy aburrida. Por eso es más importante que aquello que se dice suene bien a que aquello realmente sea cierto. Parece ser que muchos americanos votaron pensando que las cosas que se les habían prometido el innombrable nunca llegarían a hacerse realidad. Pero les sonaban bien, querían oírlas, e incluso querían repetirlas como eslóganes arrojadizos en los mítines de su mentiroso y efectista líder.

Pasar de la verdad a la postverdad tiene sus ventajas. Ya sabíamos que nuestros hijos adolescentes nos mentían, pero ahora ya podemos decir que son fruto de una nueva era, en la que la postverdad ha sustituido a la verdad. No hay que preocuparse, por tanto, ya que lo que sucede es que nuestros hijos son modernos, no es que mientan como bellacos y nos tomen el pelo como a gilipollas.

Aunque tal vez sin saberlo, esta era de la postverdad ha sido una consecuencia natural de la aplicación de las técnicas de comunicación comercial (también llamada publicidad) en el mundo de la política. Ya lo decía La Codorniz en su cabecera: «Donde no hay publicidad, resplandece la verdad».

Entrar en esta era de la postverdad consiste básicamente en buscar la cadena de televisión, el periódico o el grupo de internet que nos digan las verdades a medias o las mentiras gordas, dependiendo de nuestra finura intelectual, que queremos oír. Para nosotros serán nuestra postverdad verdadera. Jesucristo dijo: «La verdad os hará libres»; en realidad ahora nos diría: «La postverdad os mantendrá entretenidos».

Amén.