"Te quiero", dijo a través de la ventana „mirando hacia afuera, donde los invitados se movían como a cámara lenta bajo los farolillos del jardín„, pero lo hizo en voz muy baja y la ventana estaba cerrada. Había entrado en la cocina para coger algunas cervezas y se había detenido un rato apoyado en el fregadero, sorprendido de formar parte de la fiesta sin que nadie se lo hiciera notar, e intrigado ahora mismo por la claridad con la que reconoció sus sentimientos. Miró de reojo hacia la puerta de la cocina y después otra vez por la ventana un poco empañada: la vio junto a una de las mesas con una copa de vino en la mano, escuchando distraída a dos invitados, y él repitió, esta vez un poco más fuerte, «te quiero, te quiero». Y se dijo, ahora levantará la vista y mirará la ventana oscura de la cocina y quizá vea mi silueta o me imagine espiándola desde la oscuridad y, dejando a sus amigos con la palabra en la boca, entrará en la casa.

La fiesta estaba llegando a su fin, pero quizá si sacaba más cervezas podría prolongarla un poco más y propiciar un encuentro con ella que lo cambiara todo. Desde allí podía verla como solo la veía él, y tenía la sensación de que ella se sentía observada, de modo que ahora no estaba sonriendo a sus amigos sino a él. «Si me estás escuchando, llévate una mano al pelo y sujétatelo por detrás de la oreja?». Los dos hombres hablaban entre ellos y en ese instante ella se tocó el pelo, se quitó un pendiente, lo mostró en la palma de la mano y, tras disculparse, avanzó por el sendero hacia el porche. Él se precipitó hacia la puerta de la cocina y salió al pasillo con tal ímpetu que, al cruzarse con ella, la bandeja se tambaleó y algunas cervezas cayeron al suelo. Entre los dos las recogieron sin decir palabra.

Estaban de pie en el pasillo, muy juntos, uno frente al otro y con la bandeja entre ellos. En el jardín alguien reclamaba más bebida. Ella le sonrió esperando a que dijera algo. ¿Qué hubiera podido decir? Ella le entregó entonces el pendiente pidiéndole que se lo guardara porque se había roto. En el jardín, el bullicio de la fiesta aumentó de repente como si fuera un barco a punto de zarpar.