El desarrollismo llegó a España hace medio siglo, y hacer muchas obras se convirtió en la prueba de la eficacia del Estado. Esto tenía sentido entonces, cuando se hablaba del Estado de obras, cuyo principal fautor, el ministro de Obras Públicas Federico Silva Muñoz, era ensalzado por la propaganda del franquismo como ´el Ministro Eficacia´. La sombra del desarrollismo es tan alargada que llega hasta hoy. En el desarrollismo prima lo cuantitativo sobre lo cualitativo, la construcción sobre la gestión y se identifican crecimiento y bienestar. El pico de la enfermedad se alcanzó, ya en fase barroca, con los monumentos inútiles y las infraestructuras innecesarias de principios de este siglo, pero no está claro que haya remitido. De hecho, ya en campaña, apenas se oyen voces que clamen por el final del Estado de obras y el comienzo del de buena gestión, más allá del ajuste de cuentas.